— ¿Debo prepararme para lo siguiente?
—Sí.
—Mierda—susurro.
—Un par de meses después, fui a una ferretería a comprar algo que mi tío necesitaba, me dejaba ayudarlo en la construcción para distraerme. Los medicamentos estaban acabando física y emocionalmente conmigo. Todo era normal dentro de la ferretería, entonces me detuve frente a la cuerda de mecate y estuve quince minutos observándola mientras pensaba en cómo me sentía.
»Vacío, odiado, inadaptado, inútil y mucho más. Seguí caminando y compré lo que mi tío necesitaba y salí de la tienda.
—Gracias a...
—Y entonces me di la vuelta y volví—me interrumpe—. Y pagué por ella. No sé, Elisabeth, todo era una especie de borrón. Como estar en la nada, ir a ayudar a mi tío y saber que tenía una cuerda en el auto de mamá. Cenar con mis padres y luego dormir sabiendo que la cuerda estaba ahí, justo debajo de mi cama.
»No fui a la escuela. Comí como cualquier otro día, me despedí de mis padres cuando se fueron a trabajar y luego vi mucho rato el techo de mi habitación. Busqué la silla más alta y mientras tomaba la cuerda, por un momento, pensé en qué pasaría si no funcionaba. Si fallaba una vez más.
Es demasiado crudo, sincero y explícito. Pero creo que contarlo de esa manera lo hace más fácil para él. Mis ojos se encuentran húmedos y hay un nudo muy espeso en mi garganta. Me duele mucho.
—Quizá era egoísta, yo no pensaba en mis padres, mi familia y amigos. Yo pensaba en que no quería sentirme nunca más así. Que no quería más. No quería sentir más dolor del que vivía cada día en el que me daba cuenta que despertaba y no dejaba de respirar. Me odiaba y los odiaba.
»Me enseñaron a llenarme de odio y desprecio. Me enseñaron a rechazar el quien era y que resintiera de las manos que solo intentaban ayudarme. Yo—yo no puedo decirte cómo se sentía Elisabeth. No puedo. Yo simplemente, yo—yo sentí que no podía...Que no había forma de querer despertar un día más.
No podía—su voz se quiebra y parpadeo con fuerza porque ¡Mierda! Esto me está destruyendo.
Mientras yo tenía una buena experiencia en una escuela donde era aceptada y amada, Paul vivía un infierno. Acaricio de nuevo detrás de su oreja, noto que traza la pequeña cicatriz por la que le pregunté en la casa de Dexter.
— ¿Es esa cicatriz, Paul?
Respira hondo antes de verme fijamente. Y sé que las palabras se aproximan.
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