Novia del Señor Millonario romance Capítulo 122

Resumo de Capítulo 122: Novia del Señor Millonario

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Bella

¿Pensaba que yo era una más de las mujeres de Klein?

Herbert siempre decía cosas que me hacían sentir miserable.

Al ver su reacción, empecé a responderle muy rápido en mi teléfono. "Señor Wharton, ¿ya se olvidó que estamos divorciados". Le recordé. "No importa a quién quiera a mi lado en este momento, eso ya no le incumbe. Incluso si me estoy lanzando a los brazos de un mujeriego, tenga por seguro no me lanzaré a los suyos".

Herbert ni siquiera había terminado de leer todo el mensaje cuando su expresión se volvió sombría.

En vez de coger su teléfono para responderme, cogió el mío y lo tiró contra la pared.

El teléfono chocó contra el concreto y luego cayó al suelo, rompiéndose en pedazos.

No pude escuchar el sonido de mi teléfono destrozándose, solo pude ver sus partes tiradas en el suelo.

Nunca me imaginé que, incluso si no podía escuchar nada, todavía hubiera una pelea tan feroz entre Herbert y yo.

Volteé a verlo y lo fulminé con la mirada por unos segundos. Acto seguido, volteé mi cabeza hacia otro lado. No quería hablar más con él.

Por otro lado, Herbert se pasó los dedos por el cabello mientras caminaba de un lado a otro de la habitación con una mano en la cintura. Parecía que ya se había calmado y las venas en su frente ya no eran visibles.

Un rato después, caminó hasta la cama, tomó un tenedor y me lo entregó, era como si me estuviera diciendo que comiera.

No quería tener nada más que ver con él, así que aparté mi cara.

Herbert volvió a poner el tenedor en la mesa, se dio la vuelta y se fue hasta donde estaba mi teléfono roto.

Vi que recogía las diferentes partes para luego sentarse a armarlas. Cuando terminó, intentó encender el teléfono.

Por desgracia, este ya estaba destruído y, por más que lo intentó varias veces, no pudo prenderlo. Al final, no le quedó más que rendirse.

Mientras lo miraba, noté que mi estado de ánimo había cambiado y que, a pesar de la pelea, las cosas ya no eran como antes. Si bien él se veía furioso, era diferente al pasado.

Antes, cuando Herbert se enojaba conmigo y discutíamos, incluso podía llegar a abofetearme y llamarme descarada o insultarme de mil maneras.

Pero ahora se había calmado en tan solo unos minutos, aunque era evidente que todavía estaba un poco fastidiado.

Mientras estaba sumida en mis pensamientos, una mano se acercó de pronto y me entregó algo.

Era el teléfono de Herbert, en el que había escrito un mensaje para mí. No quería leerlo, así que aparté su mano.

Sin embargo, Herbert extendió su otra mano y cogió mi muñeca, para poner el teléfono sobre él e insistir con la mirada que leyera lo que había escrito.

Me sentí asqueada ante el contacto y, al apartar el teléfono de mí en un reflejo, este cayó al suelo.

No pude escuchar el sonido del teléfono cayendo, pero sí pude ver cómo caía.

Me sentía un poco avergonzada por mi comportamiento, pero no podía enfrentar a Herbert. Tenía miedo de cómo pudiera reaccionar. No obstante, después de un rato, vi por el rabillo del ojo que él se estaba agachando para recoger su teléfono, que se había caído debajo de la cama. Luego, sin decir una sola palabra, caminó hacia la ventana y se puso a ver el paisaje.

Cuando bajé la mirada, vi el mensaje que Herbert me había escrito. Antes de ir a la ventana, había dejado el teléfono en la cama.

"¡Lo siento!" El mensaje decía.

Pensé que había leído mal y me sobé los ojos, ya que no podía creer lo que estaba viendo.

Leí el mensaje varias veces, sin poder entender lo que había pasado, pero era obvio que Herbert había escrito eso para mí. Estaba muy sorprendida. ¿Entonces el arrogante de Herbert también sabía pedir disculpas?

Sobre la mesa plegable estaban los contenedores de comida que Herbert me había traído, con mi plato favorito.

Miré en dirección a la puerta y, como pensé que él ya se había ido, decidí que no podía botar la comida, así que cogí los cubiertos y empecé a comer.

La comida estaba realmente deliciosa. Después de todo, si Herbert compraba algo, se aseguraba de que fuera lo más caro. No había forma de que la comida que me había tráído no estuviera deliciosa.

Me comí todo, bocado por bocado. Supuse que solo hoy tendría la oportunidad de comer algo de tan buena calidad, por eso me tomé mi tiempo en degustar cada mordizco. Además, después de mi embarazo, hace dos años, mi estómago nunca había podido recuperarse por completo.

Mientras comía muy contenta, vi a un hombre parado en la puerta.

Al darme cuenta quién era, sentí que me ahogaba por la emoción.

Dios mío. ¿Por qué había vuelto? Y había traído a una enfermera con él, que estaba empujando una cama plegable.

La aparición de Herbert me tomó por sorpresa y me atraganté con la comida. Empecé a toser violentamente y busqué agua con desesperación.

Sentía que mi esófago estaba a punto de explotar.

De repente, Herbert se acercó a toda prisa y me trajo un vaso con agua.

No pensaba en nada más que en terminarme toda el agua.

Por fortuna, el agua hizo que la comida pasara por mi esófago hasta mi estómago y suspiré, aliviada tras dejar el vaso a un lado.

Me volteé a mirar a Herbert, sorprendida.

¿Por qué había vuelto?

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