Resumo de Capítulo 123 – Novia del Señor Millonario por Internet
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Bella
Le enfermera colocó la cama plegable en un espacio frente a la ventana y, con mucho cuidado, puso las sábanas sobre esta. Luego sonrió y le dijo algo a Herbert.
No podía escuchar lo que le estaba diciendo, pero vi que ella le hablaba con mucho cariño. Era una chica joven y hermosa, y lo miraba como si fuera un conejito blanco que había visto una zanahoria.
Ese era el encanto de Herbert.
Sin embargo, un rato después, la enfermera se fue a regañadientes.
Al recordar la suave sonrisa en el rostro de Herbert mientras hablaba con la enferemera, me sentí un poco incómoda.
Estaba celosa, ya que a mí todavía me seguía gustando Herbert.
Cuando hablaba conmigo, él siempre terminaba enojándose. Incluso hoy, hace un rato, había tirado mi teléfono contra la pared y lo había destrozado. Pero cuando habló con la enfermera, él había sido muy gentil.
A pesar de que todavía me quedaba la mitad de la comida que él me había traído, ya no tenía apetito.
"¿Ya te llenaste?" Herbert me mostró un pequeño cuaderno que había sacado de su bolsillo, junto con un bolígrafo, que había usado para escribir ese mensaje.
Puse los ojos en blanco y suspiré, para calmarme.
Cogí el bolígrafo de la mano de Herbert y le arrebaté el cuaderno. "¿Por qué volviste?" Escribí.
"Fui a pedirle a la enfermera que me trajera una cama", Herbert escribió como respuesta. "¿Dónde quieres que duerma? ¿Estás dispuesta a compartir la cama conmigo?"
"No quiero acostarme contigo", escribí, furiosa. "Aun así, es obvio que quieres seguir hablando con la enfermera. ¿Ella es muy bonita, no?"
Al leer esto, una sonrisa apareció en su rostro.
"¿Por qué te ries?" Escribí en el cuaderno.
"Tienes razón. Esa enfermera es muy guapa", Herbert respondió. "Es más guapa que tú". Cuando me entregó el cuaderno, tenía una amplia sonrisa en el rostro. Además, su caligrafía era muy hermosa.
Al leer estas palabras, le arrebaté el bolígrafo con furia y empecé a escribir con fuerza. "Entonces deberías ir a buscarla ahora mismo".
Le tiré el cuaderno y el bolígrafo en la cara después de escribir eso. Luego me volteé para acostarme en la cama y me tapé con la colcha.
Decidí darle la espalda, puesto que estaba muy enojada.
Entonces Herbert era un mujeriego. Yo no era la única mujer en su vida, él también tenía a Caroline, a una enfermera y a muchas otras chicas que seguro yo no conocía.
Había tomado la decisión correcta, ya que era imposible que alguien como él me amara solo a mí.
Ya no quería hablar más con él; era demasiado frívolo.
De pronto, sentí una mano tocarme el hombro, pero la aparté de mí. Estaba furiosa.
Luego sentí la mano tocarme la cara y, de inmediato, escondí mi cabeza debajo de la colcha.
Nadie volvió a tocarme después de eso.
Sin embargo, unos minutos más tarde, empecé a sentirme muy extraña. Como no podía escuchar, no sabía si Herbert seguía detrás mío.
De repente, las luces de la habitación se apagaron y me levanté de la cama, sorprendida.
No escuchaba nada y estaba asustada. Vi que una sombra se acercó hasta mí, me agarró del hombro y me besó.
El beso fue tan repentino que no pude reaccionar y, tras unos segundos, empecé a poner resistencia.
Aun así, tras escribir estas palabras, no estaba muy segura si eso era cierto, ya que al verlo hablar con la enfermera, hace un rato, me había sentido muy incómoda.
Como si alguien hubiera aplastado mi corazón con una piedra.
No podía controlar mis sentimientos.
Herbert me entregó el teléfono de nuevo. Había escrito otro mensaje. "En ese caso, ¿quieres que me vaya con la enfermera?" Decía.
¿Cómo se atrevía a amenazarme de esa manera?
No obstante, mi terquedad no me permitió mostrarle que yo estaba bajo su control.
"Sí", respondí. "Vete, vete".
Herbert leyó el mensaje y luego caminó hacia la puerta.
No me imaginé que me haría caso sin poner resistencia. El antiguo Herbert hubiera seguido molestándome.
Al ver que estaba a punto de irse, me puse un poco triste. Miré la habitación a oscuras y me invadió una sensación que no podía describir.
Unos minutos más tarde, me paré de la cama y caminé hacia la puerta, asomando la cabeza. Efectivamente, él se había ido.
Me había quedado sola.
Cerré la puerta, caminé hacia la ventana y vi la puerta del departamento donde vivían las enfermeras.
Sin embargo, incluso después de ver la entrada por mucho rato, no vi a Herbert salir de ahí.
De repente, sentí un par de grandes manos alrededor de mi cintura, abrazándome por detrás. Volteé a ver quién era y me encontré con un rostro familiar...
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