Beatriz
Me despierto asustada, mis ojos se abren rápidamente y aunque sigo sintiéndome débil, miro alrededor asustada. Sé que estaba en medio de la calle tratando de encontrar algún trabajo que hacer antes de que el mundo se volviera negro.
Me doy cuenta de que estoy en un hospital al momento en que miro hacia la puerta de esta habitación. El pánico me llena cuando pienso en la terrible deuda que esto podría ocasionar. Muevo mi mano hasta mi vientre asustada también de que algo malo haya sucedido, pero al parecer todo está bien. Si hubiese sucedido alguna cosa con mi bebé, no estaría en este lugar, no estaría sola…
¿Verdad?
La puerta de la habitación se abre entonces, mis ojos se encuentran con los de un hombre vestido con un polo azul y unos pantalones de vestir que lleva una bolsa en sus manos. Mi corazón se detiene ligeramente ante su mirada, es una mirada demasiado profunda. Demasiado pulcra tiene una expresión sincera.
—¿Cómo se siente?
—Bien — alejo la mirada de él al darme cuenta de que me he quedado demasiado tiempo mirándola — mi bebé…
—Al parecer el bebé está bien — dice acercándose — soy el doctor Mark y estoy a cargo de su caso desde ahora, haremos unos exámenes mañana, pero ahora…
¿Mañana?
Alejo de él pensando en cuanto podría costar ese examen o quedarme aquí más de un día. Tengo casi tres meses de embarazo, estoy en la calle y lo poco que he logrado juntar en mi cuenta ni siquiera alcanza para pagar los costos del parto. No puedo perder ese dinero en un simple examen médico.
—No necesita hacer ningún examen — alejo las mantas — me iré a casa y…
El hombre que dice ser doctor, me impide salir de la cama, mi cuerpo se siente una vez más de este modo tan débil que ni siquiera puedo resistirme. El hombre que huele muy bien me hace volver a la posición anterior, me cubre una vez más con la manta y da un ligero golpecito a mi antebrazo.
—No puede irse, está desnutrida y no puedo dejarla ir sin exámenes, al parecer ni siquiera ha ido a la primera consulta de natalidad.
La vergüenza me llena, el dolor de saber que ni siquiera he podido hacer eso me ciega y no puedo hacer otra cosa que llorar. Niego tragando el nudo en mi garganta. Limpio las lágrimas antes de ser lo más sincera posible porque no puedo tener deudas en este momento.
—No necesito nada de eso, estoy bien y yo… No tengo… No tengo dinero, así que solo déjenme ir.
—No necesita preocuparse por eso señorita — responde él — por ahora solo quédese en donde está.
—Usted no entiende — le repito — realmente no tengo nada, absolutamente nada y si tengo que pagar esto más adelante no podré cuidar de mí… — mi voz se rompe — mi hijo cuando nazca.
—Su tratamiento está costeado, señorita —repite — ahora debería comer alguna cosa.
—¿La factura está pagada? — esa frase me llena de calma — ¿Mis padres pagaron por mí?
—No, yo pagué el tratamiento, sus padres dijeron que no… — duda — que no tenían nada que ver con usted.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: ¡Papá compró una mamá psicóloga!