Roger
Termino de preparar el almuerzo antes de volver a mi oficina, me cercioro de que mi hija esté en su habitación y le pido decirme si sale de casa o va a algún lugar. Ella asiente sin dejar de dibujar, acostada cómodamente en el suelo de la habitación.
Rasco mi mentón pensando en que me dije que dejaría a un lado a mi vecina, pero ahora incluso voy a recibir clases de ella. Me recuerdo también que lo estoy haciendo por mi hija y que no debería ver más que eso en estas repentinas clases.
¿Qué más podría suceder?
Esa pregunta ronda mi mente y la respuesta es casi tan nítida como los recuerdos que tengo de su suave cuerpo bajo el mío cuando caímos al suelo en el área de lavado. Muevo mi cabeza para alejarlas a lo más profundo de mis pensamientos enfocándome en la pantalla de mi computador.
Mi móvil vibra mientras reviso los correos electrónicos y contesto sin siquiera mirar quién es, la voz de mi representante es agitada, así que dejo de hacer todo para escuchar qué está sucediendo.
—¡No te enfades conmigo, hermano! — me advierte — realmente traté de mantener la boca cerrada, pero es que esa mujer es aterradora.
—¿De qué estás hablando?
—De tu madre — me dice — tu madre vino aquí con esos gorilas suyos de dos metros y me advirtió que debía darle tu dirección — resopla alarmado — ¡Me empujaron en una silla como en las películas!, ¡Me amenazaron con partirme las piernas Roger!
—¿Mi madre hizo eso?
—¡Si joder! — grita — creo que ha perdido la cabeza con todo esto de tu hermano desaparecido, tu padre muerto y que tu mujer siga sin dar señales, ella no era tan agresiva.
—Está bien — digo poniéndome en pie — me haré cargo de esto.
—¿No estás enfadado?
—No es tu culpa — admito — lamento que pasaras por algo así.
—No tienes que decirlo, somos amigos — escucho una puerta abrirse — por cierto hable con Raquel Holstein — me informa — es la representante de unos buenos artistas y me mostró un proyecto con uno de ellos que pensé podríamos…
—No — respondo al instante — y es mi última palabra, no trates de convencerme, no pierdas el tiempo en eso.
Corto la llamada después de una rápida despedida, me acerco a la ventana de mi despacho con las manos en mis bolsillos sabiendo que mi día se ha arruinado por completo y apago mi computador porque he perdido cualquier impulso que tuviera para arreglar las fotos que tomé hace unos días.
Camino hacia el porche tratando de calmar mis ansias, muero por fumar un cigarrillo, pero no quiero que mi madre me pille, no quiero más gritos de los necesarios, así que solo me siento en la escalerilla del porche mirando hacia la vaya distraído.
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