Maratón 1/3
Pía Melina.
Admiro la decoración del lujoso restaurante Italiano.
Relamo mis labios, saboreando los olores tan exquisitos que liberan los entrantes y aperitivos de quienes ya se encuentran devorando todo con elegancia y fervor.
Sostengo dos pequeñas bolsas de regalos con estampados de flores; exactamente tulipanes—las favoritas de Valeria—en mi mano derecha mientras la otra bolsa contiene el regalo de Ethan.
El pelirrojo le dice algo a la joven que sin cuidado desvía su mirada a nuestra espalda, casi enrojeciendo sus mejillas con quién sea esté detrás de mí.
La curiosidad, los nervios y el temblor que se apoderan de mi esbelta figura casi me impulsa a voltearme en esa dirección, solo para saber que le ha robado el aliento a esa chica cuando siento la mano fría del pelirrojo en mi espalda baja.
Mi piel se estremece por el inminente contacto, carraspeando un poco para centrar mis sentidos en lo realmente importante.
Estoy agotada, no lo negaré; mis tripas gruñen pidiendo algo que calme sus deseos de morir, e incluso me veo babeando cuando sostengo la carta en mis manos, delineando cada palabra con suma atención.
La cómoda silla es perfecta para mantener la posición de seguridad que muy pocas son capaces de mantener, mi respiración se normaliza por unos breves instantes que resultan ser tan cortos como algunos de mis cabellos.
Un aroma un poco reconocible llega a mí, haciendo que mis músculos se tensen en nanos segundos solo con esa acción. Suspiro, queriendo convencerme de que es imposible que sea él, no puede serlo; aunque es poco probable que me equivoque cuando no he podido dejar de pensar en él.
Por el rabillo del ojo deslumbro a tres personas; una pelirroja, un señor canoso que parece estar en sus cincuenta o más, junto a alguien que no logro divisar bien su rostro debido al ambiente íntimo de la zona donde se encuentran.
El tacto frío del pelirrojo me saca de mi estado de constante pensar, trayendo mis neuronas de ese viaje; para a toda prisa mostrarle una sonrisa que hace sus ojos brillar.
—¿Ya sabes que vas a pedir preciosa? —desliza uno de sus dedos por mi rostro, acariciando con calidez mi rostro, para después con cuidado colocar un mechón de mi torpe y molesto cabello detrás de mí oreja.
No niego que Peter es el hombre perfecto; es dulce, detallista, carismático, buen oyente, romántico, y guapo; muuuuy guapo; sin embargo, hay algo que de cierta forma no ya encendido por completo la chispa en mi.
Puede que mis nervios sean un componente de la atracción que de cierta forma mi cuerpo siente, incluso los sonrojos en mis pómulos; aunque, no enloquece mi pecho de la forma que—es un capullo—el castaño lo hace.
Y, no voy a negar que en cierta forma continúo con la esperanza de que algo bueno suceda de estas citas, que llegue el momento en que ya no pueda más y el sea ese príncipe azul que llevo buscando, quién me demuestra que ha las personas buenas siempre no suceden cosas excepcionales y maravillosas. Solo espero que sea capaz de encender esa chispita en mi pecho, al menos de esa forma dejare atrás mis pensamientos de soledad e inseguridad.
Miro sus perfectos ojos verdes, queriendo ser absorbidas por ellos; que me llenen de ese brillo que no es capaz de desparecer con nada, a la vez que asiento, aún con esa sonrisa cubriendo mis labios.
—Sí —respondo, apreciando como curva las comisuras de sus labios en una sonrisa que hace aletear un poco mi corazón, solo que no lo suficiente.
El camarero; un joven de unos veinticinco años, con uniforme y pajarita se acerca tomando nuestros pedidos, mientras los murmullos bastante molestos de la mesa que se encuentra a mí espalda solo activan mucho más mi loca curiosidad.
Trato de desviar mi repentino interés por esas personas, al pelirrojo, queriendo centrar toda mi atención en él.
—Bueno, debo confesarte que soy alérgica al chocolate —menciono, mostrando una sonrisa reconfortante, apreciando la sorpresa en sus pupilas.
—¿En serio? —asiento, haciendo que una sonrisa para nada burlona se apodere de su expresión—, seguro y eso porque toda la dulzura te la has llevado tú.
Mis mejillas se tornan rojas, calentando mi pecho con ese cumplido que casi de alguna forma me hace desfallecer, haciendo que juguetee con un mechón de mi cabello.
—Gracias —bajo mi mirada, nerviosa, teniendo que soportar como mi corazón se acelera por sus palabras.
Su mano agarra mi mentón con suavidad, ocasionando que levante mi cabeza, uniendo su mirada a la mía, llena de vergüenza.
—No tienes porque darme las gracias, eres hermosa, dulce y perfecta —besa mi coronilla, uno de esos besos que como siempre significan lo protegida que estarás con esa persona.
Una leve carcajada nos saca de ese ambiente ideal, casi de película, provocando que el pelirrojo arrugue su entrecejo desviando su atención a las personas de la mesa de atrás.
Los nervios aumentan cuando escucho su voz, incluso como brama molesto unas palabras que ponen solo en ese segundo mi corazón a latir como el cabalgar de un caballo pura sangre.
Trago, sintiendo el calor apoderándose de mi ser con su ronca, sensual y atrevida vos apoderándose de mis sentidos, incluyendo las sensaciones que se convierten en eso que ya no me gusta.
Borro los pensamientos que pasan por mi cerebro, centrando mi atención en la comida que colocan justo en nuestra mesa, deseando degustar todo para poderme marchar lo antes posible.
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El tiempo pasó más rápido de lo pensado, a pesar de la incomodidad de estar en el mismo restaurante que el castaño, pude al menos pretender que todo estaba bien cuando por dentro era todo lo contrario.
Hablar con el pelirrojo es algo placentero y donde los silencios que se forman no son para nada incómodos, aunque, a veces parece ser que sí, la forma tan especial en las que me lanza frases románticas que solo saben enrojecer mis mejillas o aletear mi corazón por lo poco acostumbrada que estoy a ello.
Admiro el paisaje casi nocturno de las avenidas que me llevan a mí departamento es una maravilla, un espectáculo digno de admirar.
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