Pía Melina.
Giro mi rostro viendo el cuerpo de Dante desde la distancia y siento como mi corazón se va rompiendo en pequeños trozos.
Mis ojos se empañan en lágrimas que bajan como una fuente interminable de agua salada.
—¿A dónde la llevo señorita? —pregunta el conductor mirando mi reflejo a través del espejo retrovisor.
—Al aeropuerto por favor —varios sollozos se escapan de mis labios en el momento que digo aquello.
Siento mi móvil vibrar en mi bolso, lo saco viendo el mensaje de mi madre.
Estoy en el aeropuerto.
Me limpio las lágrimas que había derramado cuando con mi mirada en la ventanilla del asiento trasero logro ver los árboles y como el cielo ya está nublado.
Parece que el clima se puso de acuerdo con tus emociones.
La voz de mi conciencia había y en cierto punto me doy cuenta de que tiene razón. Coloco mis manos encima de mis rodillas, tamborileando mis dedos encima de estos por el nerviosismo. Siento que en cualquier momento me arrepentiré y volveré a sus brazos, permitiéndome sentir su calor de nuevo; sin embargo, como mismo le dije a aquel castaño, tengo más dignidad de lo que él puede pensar.
Minutos después el auto se detiene justo en la puerta de mi destino. Tomo mi bolso y dejo que el señor canoso me ayude a bajar las maletas del maletero.
—Muchas gracias —le extiendo un billete de veinte dólares a la vez que me doy la vuelta en dirección a la entrada.
Las puertas automáticas se abren mientras yo entro evitando a la enorme multitud que se amontona en cada lado de aquel lugar. Mantengo mi mirada alrededor de aquel aeropuerto repleto de personas. A lo lejos logro divisar a mí madre y por un impulso me lanzo a correr en su dirección. Ella abre sus brazos con una cara de preocupación que en estos momentos me incita a que algunas lágrimas se deslizen por mis mejillas sin permiso. Sus cálidos brazos me reciben en una abrazo lleno de cariño y amor que calma las sensaciones que me están absorbiendo en estos momentos de necesidad.
—Ohh cariño, ¿Estas segura de que esto es lo que quieres? —la pregunta de mi madre no ayuda mucho a que se tranquilizen mis quejidos, al contrario, los aumentan rápidamente.
—Mamá, siento que no solo es una oportunidad estupenda para mejorar en mi vida laboral, también me servirá para aclarar mis ideas —mi voz sale de forma tranquila, sorprendiéndome no solo a mí, también a mí madre que relaja sus hombros.
—Esta bien —ella coloca uno de sus brazos encima de mi hombro y comenzamos a caminar en dirección a la área de embarque.
Giro mi cuerpo antes de finalmente entregar mi pasaporte, despidiéndome internamente de mi país natal.
—Que tenga un buen vuelo —me ponen el cuño que permite mi pase y asiento tomando mi maleta de flores con mi madre caminando a mis espaldas.
Nos adentramos en el avión colocando cada cosa en su lugar a la misma vez que tomamos nuestros asientos.
—Apagen sus celulares que vamos a despegar en unos segundos —anuncia una voz a través del megáfono del avión, logro ver como todos hacen lo que les pide, mientras yo voy realizando la misma acción.
Acomodo la cabeza en el hombro de mi madre dejando que el sueño se apodere de mi cuerpo por completo. El cansancio va dejando mi cuerpo cada vez más calmado y con sensaciones que no van a desaparecer por un tiempo.
Se deben preguntar; ¿Qué mierdas haces y para dónde carajos vas? Bueno, lo que hago es alejarme de una posible relación tóxica donde terminaré dañada por alguien que no será capaz de darme el valor que me merezco, soy inocente, pero no estúpida; ni mucho menos sumisa y es algo que todos deben saber. Me voy para Italia, me ofrecieron un buen trabajo en una de las mejores revistas de ese país y lo que haré será tener una vida tranquila con mejores posibilidades.
Cuatros horas después aterrizamos en el enorme aeropuerto de Roma. Mis ojos son capaces de salirse de mis órbitas al ver las bellezas tan exóticas de aquel país.
Ya veo porque nuestro lobo feroz es tan sexy y atractivo.
Mi conciencia hace acto de presencia y yo solo ruedo mis ojos a la vez que tomo mis maletas, caminando junto a mi madre.
A lo lejos logro divisar a mi jefe con uno de sus trajes impecables y aquella figura imponente que siempre posee. Llevaba meses sin ir a trabajar por las navidades, y además por los preparativos de la boda de Darla, entre otras cosas que ya saben. Aquella oferta me sorprendió más de lo normal, pero era algo normal al yo estar rompiéndome el lomo por años en aquel trabajo y no recibir ningún reconocimiento.
—Tardaron más de lo debido —nos informa fijando su vista en el reloj de oro que posee en su mano derecha.
—Culpa mía —respondo con una sonrisa en mis labios.
El fija su mirada en mí madre que se encuentra a mí lado.
—Le presento a mi madre —señalo a la mujer de cabellos rubios que tengo a mi lado.
—Mucho gusto Erik Ferro —el moreno encandila a mi madre con su extensa y una buena reverencia, mientras mi superior solo se mantiene con expresión pétrea.
—Mucho gusto, soy Guadalupe Melina —mi madre extiende su mano con una sonrisa cordial en sus labios.
Me acerco a mi jefe, preparándome para presentarlos como es debido.
—Y este es mi superior mamá —le extiendo la mano, realizando el mismo saludo.
—El gusto es mío; soy Martínez Campell; el jefe de su hija —ella asiente mientras el mantiene su mismo semblante—, ¿Nos vamos?
Nos hace una seña y yo asiento a la misma vez que comienzo a emprender mi camino a la salida. Al salir a la calle Erik nos abre la puerta de un BMW de color negro bastante hermoso. Mis ojos se abren como platos al ver semejante lujo que nunca creo que podría poseer.
Nos abren las puertas e introducimos nuestros cuerpos en este mismo mientras mi superior se sienta en el asiento del conductor y emprende la marcha.
No se puede negar la belleza de aquella ciudad. Pasamos por lugares bastante hermosos, el coliseo romano, restaurantes lujosos y hoteles mucho más exuberantes.
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