Pía
Tres meses después:
Voy abriendo mis ojos de madera delicada y siento mi cuerpo todavía exhausto por los malestares que tuve la noche anterior que impidieron mi buen descanso. Me incorporo sentándome en el borde de aquella cama mientras me restriego mis ojos y un fuerte bostezo se escapa de mis labios.
Ya hace unas doce semanas que me enteré de que estaba embarazada. El tiempo pasaba volando y más cuando con la ayuda de Romeo que no dejaba de insistir en tener algo más; sin embargo. Le advertí que nada sucedería así que por más que quería seguir con sus sentimientos no dejaba de sentirme incómoda algunas veces, pero gracias a Dios todo estaba yendo viento en popa. Las náuseas, las incesantes ganas de hacer el uno cada cinco minutos ya se estaban presentando y me volvían loca. Había pedido unas vacaciones en el trabajo a pesar de que sabía era muy pronto para aquello.
Mi panza ya estaba creciendo un poco y lo peor es que no paraba de tener antojos cada dos por tres volviendo loca a mí madre, junto al hermoso italiano que cada día se volvía un soporte más para mí.
—Buenos días; ¿Cómo se encuentra esa futura madre? —cuestiona mi madre con su espalda en el marco de la puerta.
Ruedo los ojos adolorida con una enorme sonrisa adornando mis labios, mientras mis manos se deslizaban por mi panza suavemente percibiendo la dureza de esta que solo aumenta el dolor en mi espalda cuando me acomodo mejor en el cabezal.
—Un poco mejor —respondo con una sonrisa en mis labios que lo dice todo—, solo que muy agotada.
—Se que te estás volviendo loca, pero todo lo que te sucede es normal —me tranquiliza ella bebiendo un sorbo de su taza de té de siempre.
—Lo sé —asiento y me levanto despacio para evitar los mareos que a veces aparecen con facilidad.
—¿Hoy es la consulta? —vuelvo a asentir acercándome a la cómoda.
—Sí, Debemos irnos en una hora —observo el reloj de mi mano sabiendo que tal vez debí darme un poco se prisa—. Romeo quería llevarnos, pero me negué, no puedo estar dándole entrada cuando sé que no le podré corresponder.
La pena me consume porque honestamente me siento como una mierda cada vez que acepto algo de ese chico porque por más dulce que sea no es a quien amo y eso es lo jodido ya que soy tan masoquista que no puedo olvidarlo.
—Ese chico es todo un caballero —susurra mi madre subiendo y bajando sus cejas con malicia.
Ruedo mis ojos, por lo pícara que llega a ser mi progenitora cuando se lo propone, a la misma vez que cierro los ojos por unos breves segundos que son más que suficientes para traer mi sueño de nuevo.
—Si lo es —murmuro con una sonrisa en mis labios por las locuras de mi madre.
—¿Desde cuando lo conoces? —interroga como toda una cotilla y una sonrisa se creo en mis labios cuando tomo un vestido bastante ligero con estampados de flores, a la vez que le pasó a mí madre por su lado.
—Lo vi una vez un día que fue a hacer una entrevista a ... —permanezco en silencio intentando no recordar a aquel chico cuando le pasó por al lado a mí madre en dirección al cuarto de baño.
—¿A quién? —pregunta de nuevo siguiendome el paso.
—Mama debo bañarme, ¿Me puedes preparar el desayuno?
—Por supuesto mi cielo; pero debes ir al supermercado que nuestra despensa está casi vacía —me informa emitiendo un grito ya cuando se está marchando.
—Ire después de la consulta —alzo la voz para que me escuche y segundos después ya mi cuerpo está sintiendo las gotas de agua caer por cada parte de mi cuerpo calmando los dolores de espalda que me están provocando aquella condición.
Minutos después salgo con mi cuerpo envuelto en un albornoz, una toalla enrollada en mi cabello y mis pantuflas suaves de color rosa.
Mis dientes están limpios al igual que mí cuerpo. Me coloco el vestido y unas sandalias bajas todo de color magenta claro. Mi cabello termina atado en una coleta alta un poco mal hecha. En mis oídos descansan unos pendientes de perlas blanco, mi reloj en mi mano derecha y un pequeño bolso con todo lo necesario.
Mi celular suena con una notificación y me acerco de manera automática hacía este. La pantalla se ilumina y logro ver quién es el remitente.
Buenos días a una de mis personas favoritas de este mundo.
Una sonrisa se crea en mis labios al ver ese mensaje tan hermoso. Una lágrima se desliza por mi mejilla y me quedo estupefacta ya que cada vez más los cambios de humor se presencian en mi.
Buenos días a ti también, mister galante.
Envie yo aquel mensaje mientras me dirijo a la sala a paso lento y cauteloso. Me acerco por detrás del cuerpo de mí madre rodeando su cintura con mis brazos mientras dejo un pequeño beso en su cabello.
—Parece que alguien está muy feliz hoy —habla con una sonrisa en sus labios mientras pasa las tostadas por la tostadora y me hace unos huevos revueltos.
—¡Estoy muy feliz! —exclamo sentándome en una de las baquetas de la encimera mientras espero que me alcanzen mi desayuno.
—¿Y se puede saber gracias a quién?
—No siempre puede ser por una persona mamá, también estoy feliz de que estemos las dos juntas al fin. De que todo se halla resuelto después de todos los miedos que tuvimos que pasar por las adversidades que pasamos —envuelve mi cuerpo con sus brazos, impregnando con su delicioso aroma a hogar.
Mantenemos unas conversaciones sobre varios temas hasta que mí teléfono comienza a sonar indicándome que ya es la hora. Juntas salimos por la puerta de aquel apartamento que cada día más se volvía mi pequeño hogar.
Abro la reja del ascensor, introduciendo mi cuerpo en este mientras presiono el botón que cerrándose las puertas y descendiendo lentamente.
Con mi bolso en mano y unas magdalenas que mi madre había hecho para Tiana llego a mi destino acercándome a la castaña que se ha hecho una amiga fiel a mí madre y a mí.
—Buenos días Tiana —la saludo aproximándome a ella con una sonrisa en mis labios y la caja de magdalenas en mis manos.
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