Capítulo 69: Gran Ayuda
Acababa de decir una palabra, se sentió un poco desanimado de repente, por eso pausó.
Volví a lo que estaba haciendo, no pude prestarme a decir aquellas palabras, como yo era la víctima ahora, sería ilógico si me prestara a darle ideas.
Alguien estaba tocando a la puerta en este momento justamente, lo que nos asustó.
Después Hernán dio un paso largo a la puerta y la abrió, ni siquiera yo esperaba que el visitante fuera Ivanna.
Ella entró y cerró la puerta con fuerza, luego gritó fuertemente a Hernán: —¡Hernán Cintas, hijo de puta! ¿Qué coño hiciste? ¿Eh?
Hernán conocía el carácter de Ivanna, ella siempre era así directa y franca, además, porque sabía que ella tenía una relación fuerte conmigo, no le sorpresó el comportamiento suyo.
Al contrario, bajó su cabeza, parecía obediente, y adoptó una actitud muy sincera cuando se
hizo mal.
-Te he recordado que prestes atención y que no seas joder infiel, y me lo prometiste, ¿cierto? ¿Eh? – Ivanna le regañaba a Hernán constantemente, lo que mostró buen amistad—¿No te da vergüenza ante María? Ella queda lejos en Ciudad Fluvial sufriendo mucho contigo, tú eres todo lo que tiene, ¿has pensado en sus sentimientos cuando lo hiciste?
-¡Lo…lo siento! -Hernán dijo en voz leve banjando su cabeza.
-Estúpido, usa tu puto cerebro, ¡tu esposa es totalmente mejor que la puta!
-María, ¿por qué no me habló algo del asunto importante? Ahora los rumores están por la ciudad, ¿y hasta qué hora vais a aguantar? María, recuérdate, ¡soy tu mejor amiga!
Estuve a punto de soltar una carcajada, ella podía ir a ser una actriz, estaba
una estrella.
toda
segura de
que
sería
Pero, gracias por lo que hizo Ivanna, se iba a elevar las siguientes representaciones.
Eché el cuchillo de cocina en la tabla con fuerza, y grité quejando: —¿Cómo te lo digo? Fue una cosa tan vergonzosa que no pude decirla a nadie.
-Pensé que todos los hombres en el mundo pudieran engañar a su esposa menos el mío, pero haora, todo el mundo en Ciudad Fluvial ya saben que mi esposo me engañó… — lloraba agachándome, ni siquiera supe de dónde venían mias lágrimas.
Hernán entró a la cocina, me abrazó y dijo: —¡Lo siento, mi amor!
–
Ivanna me miró, parecía un poco aturdida, y suponía que fue por mi perfecta actuación, que era tan buena y emotiva que no supo cómo reaccionar.
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Pasó un buen rato antes de que suspirara: –No funciona que os abrazáis y lloráis así. Hernán, cuando te sientes cómodo fuera, ¿no has considerado cuantos daños se traen para su esposa por su maldita verga?
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cuando actualizan...