Al percatarse esto, Bella no perdió tiempo, se dio media vuelta y la encaró:
—¡Quién te ha dado permiso de tirarlo, recógelo!
—Ahórrate el esfuerzo —le respondió la recepcionista sin miedo—, de todas formas, el presidente no lo verá, siempre nos ordena que tiremos todo lo que le envías.
Anteriormente, a Bella le preocupaba que Pedro trabajara demasiado, por lo que no se cansaba de enviarle comida, ropa y juguetes para aliviar su estrés. También se había acostumbrado a escribirle cartas para contarle sus sentimientos. Sin embargo, pese a que era consciente del rechazo que Pedro sentía hacia ella, jamás había llegado a imaginar que era así como trataba su sinceridad y cuidado. Incluso, una recepcionista se había atrevido a deshacerse de sus cosas a su antojo.
—No me importa si lo ve o no, no tienes derecho a tirar mis cosas, ¡ahora recógelas! —le ordenó bella lanzándole una fría mirada a la recepcionista.
—Bueno —respondió la recepcionista con desprecio—, está bien, pero no finjas ser la esposa del presidente, eres no más que una pretendiente descarada.
—Tú... —Bella no sabía cómo replicarla.
—¿Qué sucede? —Una grave voz masculina se oyó detrás de Bella, en el momento en el que pretendía hacer que la recepcionista le pidiera perdón.
Bella giró la cabeza y vio que se trataba de Miguel Martín, el ayudante de Pedro, quien a su lado tenía Pedro vestido con un traje negro de alta costura. Era alto y guapo, con un rostro tan perfecto, que no podía ser opacado por su indiferencia.
Tiempo atrás, cuando Bella lo veía, su corazón comenzaba a latir desbocado, se sonrojaba y lo llamaba tímidamente, pero ahora mismo ni siquiera abrió la boca.
—Señora —la saludó Miguel con cortesía.
Sin embargo, Bella no lo respondió complaciente como lo había hecho antes. Ella no era la señora Romero que Pedro había conocido.
—¿Qué sucede? —volvió a preguntarle Miguel a la recepcionista, sin saber lo que estaba pensando Bella.
La recepcionista le echó un vistazo a Pedro, y respondió resignada:
—El presidente me ha ordenado que no acepte cosas enviadas por la señora, pero ella me ha querido obligar a que se las lleve, y no me atrevo a desobedecer, así que…
Al oír esto, Pedro frunció el ceño e interpeló a Bella:
—¡Quién te ha permitido que te comportes así en mi empresa!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Resistiendo al amor de Mi Ex-Marido