—La familia Romero no es tan pobre como para pedirte que dejes la casa sin dinero. —respondió Pedro. Frente al escepticismo de Bella, Pedro agregó con frialdad—: Haré que Miguel redacte un nuevo acuerdo para darte una compensación.
—No es necesario —se negó Bella—, no me casé contigo por la riqueza de tu familia.
Además, a ella no le faltaba dinero. Sin mencionar el hecho de que su abuelo le había dejado unas cuantas acciones que le permitirían ganar dinero por su propia cuenta.
Si ella había insistido en casarse con él, era porque había sido tan idiota como para perseguir el amor.
—Lo que quieras no tiene nada que ver conmigo —dijo Pedro con determinación—, pero, con el fin de defender nuestro honor, tenemos que redactar el acuerdo de divorcio de nuevo según lo que acabo de decir.
Lo quería hacer así porque tenía miedo de que un día se rumoreara que él la había echado de casa sin compensación alguna, lo cual significaría una gran vergüenza.
—Bien, tú decides —respondió Bella, al comprender su intención—. Nos vemos mañana en el Registro Civil.
Después de decir eso, Bella retrocedió, cerró la puerta de la habitación y se dispuso a continuar empaquetando sus cosas.
Detrás de la puerta, Pedro volvió a fruncir el ceño; no estaba seguro de que Bella lo hubiera llamado para hablar únicamente sobre el divorcio. Sin embargo, al terminar de hablar, ella había cerrado la puerta, sin decir ni una palabra más. Antes, cuando él llegaba a casa, Bella era tan habladora como un gorrión, y no lo dejaba ni siquiera respirar en paz. Ella no solo le pedía que la acompañara a dar un paseo, sino que también le insistía que la acompañara a contemplar las flores. Aparte de eso, le gustaba encontrar todo tipo de excusas para merodear delante de él cuando estaba ocupado de asuntos importantes. Si ella hubiera podido ser siempre tranquila y sensata, él no se hubiera hartado de volver a casa.
Sin embargo, a pesar de lo que planeaba Bella en realidad, siempre y cuando ella de veras pudiera estar de acuerdo con el divorcio al día siguiente, le ahorraría un gran dolor de cabeza.
......
—Pedro, quiero ir a rendirle el culto al abuelo, ¡solo salgo por un día! ¡Juro por mi vida que nunca arruinaré tu boda con Anna! Si no me crees, ¡puedo demostrarlo ahora!
—¡Bella, sigues sin cambiar nada realmente! ¡Si quieres morir, haz como quieras, no dejaré que tengas otra oportunidad de herir a Anna!
En ese momento se oyó una laceración. Delante de Pedro, que se mostraba indiferente y molesto, Bella se clavó el afilado cuchillo en el corazón. La sangre caliente fluía fuera de su cuerpo y, pronto, comenzaría a enfriarse…
—¡Ah! —gritó Bella y se incorporó en la cama de un salto.
Mirando a su alrededor, tan extraño como familiar, respiró de alivio. Habían pasado unos días desde su renacimiento, pero seguía soñando con su vida anterior. La sensación de agonizante desesperación ante la muerte era demasiado sofocante. Pasara lo que pasara, ¡no quería revivir el pasado!
Pensando en esto, Bella se levantó, se arregló un poco y se marchó hacia el Registro Civil.
Bella acababa de sentarse cuando oyó que el personal saludaba a Pedro con cortesía. No creyó que acudiera tan rápido. Era impensable que Pedro, que había tardado medio día en llegar para realizar los trámites de matrimonio, fuera puntual y fiel en el asunto del divorcio.
Bella levantó la cabeza, confirmando que, efectivamente, Pedro estaba allí. Vestía una camisa de color púrpura oscuro estampada. Bajo la iluminación de la oficina, parecía envuelto en una fina capa de luz, como si fuera un noble Buda que estaba exento de vulgaridad. Aunque ahora Bella no abrigaba ninguna esperanza en él, tenía que admitir que su aspecto era perfecto. Parte de la razón por la que ella se había encaprichado con él en el pasado se debía también a su belleza.
—¿Todavía quieres continuar mirándome? —le preguntó Pedro, frunciendo el ceño.
Había creído que ella podría dejar de mirarlo de aquella manera, pero aparentemente se había equivocado.
Bella no se sonrojó ni dio más explicaciones, sino que se limitó a decir:
—¿Has traído el acuerdo? Pásamelo para firmarlo.
Al escuchar sus palabras, Pedro volvió a fruncir el ceño y le lanzó el contrato de divorcio. Mientras el personal esperaba al otro lado de la puerta, Bella tomó el acuerdo y le echó un vistazo. En él se establecía que Pedro le daría varios millones de dólares de como pensión alimenticia. Aunque este monto de dinero no era ni una mínima fracción de la riqueza de Pedro, no estaba mal que le diera tanto dinero, ya que, de todos modos, él había sido obligado a casarse con ella y la odiaba por completo.
—Después del divorcio, mantén la boca cerrada, si armas un escándalo, no me culpes de ser implacable —le advirtió Pedro con frialdad.

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