A las tres y media por la tarde, el cielo estaba más oscuro que lo habitual. El momento cuando el coche de Emanuel salió del garaje, las pequeñas y blancas nieves ya cayeron encima del parabrisas.
Catalina estaba sorprendida y contenta:
—Está nevando. Para, para.
Como ella parecía que tenía prisa, Emanuel tuvo que frenar y aparcar el coche al lado de la calle.
En cuanto aparcó el coche, Catalina bajó como los patos saliendo del cobertizo, parecía muy feliz. Empezó a nevar de repente, también era grande. La nieve tenía forma parecida a la pluma de ganso. Viéndola cómo cayó, ella no podía parar de reír. Dio vueltas con las manos hacia arriba y corrió encima de la nieve con las botas.
Emanuel la miró con desdén.
«Solo es nieve, ¿por qué está tan contenta? ¡Qué infantil!»
Él miró el reloj y dijo:
—Oye, acaba de empezar a nevar, no hay tanta nieve en el suelo, no hay nada para pisar. ¿Nunca has visto nieve en tu vida?
Catalina le hizo una mueca.
—¡No lo entenderías!
Ella no hizo caso a Emanuel y empezó a entretenerse. Sintió que volviera a cuando tuviera solo dieciocho años. Puso los manos juntos para coger la nieve y luego sintió como se deshizo entre las manos.
Emanuel llevó bastante tiempo en el ejército. No pudo aguantar cosas que requieren paciencia. Gritó con voz alta:
—Si sigues así vamos a encontrarnos con la hora punta, entonces llegaremos tarde a la comida. Es solo nieve, ¿nunca has visto la nieve?
—Vaya persona más aburrida, egoísta y patética —Catalina murmuró y subió al coche.
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