Emanuel oyó la voz de Catalina, también la vio. Corrió hasta delante suya.
—¿No tienes frío? Póntelo —su voz tembló por el frío.
Él salió del coche con aire condicionador, era obvio que tendría frío. Tuvo la nariz roja por el frío. Había nieve encima de su pelo, incluso las cejas y pestañas estaban llena de cristales de hielo.
Catalina le puso el abrigo a través del cordón. Luego se puso de puntillas para poder ponerle el gorro. Esa acción causó el celo de las chicas al lado y no paraban de adivinar la relación entre los dos.
Emanuel se puso bien el abrigo, y luego sacó los guantes de cuero desde el bolsillo, dijo:
—Ahora está un poco complicado. Las piernas del conductor están atascadas, si no lo hacemos bien, tendrá que amputarlas. La policía no tiene suficiente persona, me quedaré hasta que lleguen los refuerzos. Espérame en el coche.
Era muy raro que quisiese explicar algo tanto con ella.
Catalina asintió con la cabeza y dijo:
—De acuerdo. Haz lo tuyo, no te preocupes.
El murmuro de las chicas la molestó y se enojó en voz baja:
—¿Quién le está siguiendo con caradura, ¿no podría ser que somos una pareja con cariño? ¡Vosotras sois las que están locas!
Emanuel se rio. Siempre era ese momento cuando sintió que tenía suerte de casarse con ella. Sin embargo, su cara se puso seria de nuevo y le tocó la barbilla con el índice ligeramente y luego volvió a ayudar.
Viendo la espalda recta y fuerte de Emanuel y cómo corrió a ayudar, Catalina tocó la barbilla inconscientemente. A lo mejor era la vanidad. Cuanto más emocionadas estaban las chicas al lado, más arrogante estaba ella.
—Mi hombre sí que es guapo.
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