En la quietud de la habitación del hospital, Melody abrió los ojos y lo primero que vio fue una luz borrosa, que poco a poco fue tomando claridad.
Miró a su alrededor hasta que alguien empujó la puerta y entró, fue entonces cuando de repente volvió en sí.
Briar estaba en la entrada, con una expresión oscura en su rostro que se tornó aún más indescifrable al ver a Melody. Sus ojos reflejaron un torbellino de emociones que se extinguieron en la oscuridad de sus pupilas.
Melody lo miró entumecida, sin decirle nada.
Había imaginado muchos escenarios para un reencuentro con un amor pasado. El mundo era tan pequeño que tarde o temprano se cruzaría con aquel a quien había amado con una desgarradora intensidad. Pero nunca pensó que Briar se presentaría así, con un gesto tan cruel y despiadado, arrojándola otra vez al abismo de la desesperación.
Briar notó el silencio de Melody, entendiendo que ella no quería hablarle. Se aclaró la garganta desde la puerta y le dijo: —Ya despertaste—
Melody lo miró fríamente y guardó silencio.
Él se acercó y levantó su barbilla con brusquedad, encontrándose con una mirada llena de odio que le causó un dolor inexplicable.
—¿Qué, te estás haciendo la difícil conmigo?—
Él sonrió, una sonrisa escalofriante en su rostro demoníaco: —Melody, hace cinco años debí haberte estrangulado. Si te dejé vivir hasta ahora, deberías estar agradecida—
Al oírlo, Melody soltó una carcajada como si fuera un chiste, y le dijo a Briar con claridad: —¡Claro! ¡Debería agradecerte por no quitarme esta vida perra!—
—¿Te sientes maltratada?—
Briar también se burló con sarcasmo.
—¿Maltratada? ¿Por qué?— Melody entrecerró los ojos, todavía con la palidez de la enfermedad en su rostro, pero sus ojos relucían intensamente.
Bajo esa mirada, Briar sintió por un momento que no podía respirar.
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