En cuanto Victoria recibió el mensaje de texto, inconscientemente levantó la vista y se encontró por casualidad con los impenetrables ojos negros de Alejandro, quien la estaba mirando fijo. Ella lo miró, frunció los labios y giró la cabeza para ignorarlo. Su manera de proceder lo dejó atónito. Victoria echó un vistazo a su teléfono cuando recibió otro en el que enunciaba: «Ven aquí».
«De ninguna manera; no quiero», pensó. Luego terminó de leer el mensaje que decía: «Eres libre de hacer lo que quieras apenas hayan operado a la abuela. Sé buena ahora y coopera conmigo. ¿No dijiste que nuestra relación se basa en el beneficio mutuo?». Victoria volvió en sí tras leer la última oración. «Así es. Hacemos esto por nuestro propio beneficio. Hemos llegado a un acuerdo consensuado sobre este asunto. ¿Por qué estoy siendo tan dramática?». Respiró hondo mientras reflexionaba antes de acercarse con lentitud a Alejandro.
Aunque se había preparado mentalmente, acercarse a él seguía resultándole difícil. Cuando por fin llegó a su lado, a Alejandro se le contorsionó el rostro y su expresión se tornó aún más sombría; se quedó atónito al mirar a Victoria. De repente, extendió la mano y la agarró. Ella se sorprendió y de manera inconsciente evitó su agarre, pero fue demasiado lenta que al final, la atrapó. Con el ceño fruncido, llevó la mano de ella hacia él y le dijo con delicadeza:
—Tómame del brazo.
Tras ello, hubo un gran silencio. Victoria estaba estupefacta. «No puedo creer que diga esto delante de la abuela». Accedió a su petición de mala gana; después de todo, no quería preocupar a Griselda. Victoria no tuvo otra opción más que tomarlo de la mano a regañadientes.
—Agárrate fuerte y sígueme —le dijo, suspirando de alivio y dándose vuelta con impotencia.
—De acuerdo —respondió, impaciente.
Griselda, que había estado sentada frente a ellos en silencio, al final se rio entre dientes y preguntó:
—¿Se reconciliaron?
—¿Abuela?
—Hoy no ha venido contigo, así que tengo la sensación de que algo va mal. Siempre me han visitado juntos desde que estoy en el asilo.
Victoria bajó la mirada y frunció los labios al oírla. Pensaba que estaba haciendo un buen trabajo, pero no había contado con la meticulosidad de Griselda. Victoria no podía ocultarle nada. Peor aún, la gran señora sabía lo que ocurría, pero prefirió guardar silencio. «¿Qué debo hacer?».
—Abuela, solo tuvimos una pequeña discusión, pero ya está todo bien —respondió Victoria después de pensarlo un poco.
—Las pequeñas peleas entre jóvenes son habituales. Solo hay que resolverlo rápido entre los dos. Alejandro, como hombre, deberías ser más considerado con ella, ¿de acuerdo?
—¿Cuándo no la he tratado con consideración y respeto?
Él había estado tolerando a Victoria durante los últimos dos años. Ella siempre insistía en que todo se hiciera a su manera.
—Deberías acceder a mi petición. ¿Por qué me contestas? —dijo Griselda tras expresar su disgusto con su respuesta.
—De acuerdo... Sí, abuela —respondió con impotencia.
Los tres pasaron los siguientes veinte minutos paseando por el jardín. A Victoria le preocupaba que la anciana se resfriara, así que sugirió que volvieran adentro. En ese momento, la enfermera también la llamó por casualidad.
—El médico ha llegado para hacer los controles. Por favor, traiga a la gran señora Calire de vuelta a la habitación.
Tras eso, Alejandro y Victoria la llevaron adentro. No podían entrar durante la revisión. Justo después de llevar a Griselda al consultorio, la joven soltó de inmediato el brazo de Alejandro y se mantuvo a una distancia prudencial de él.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Secreto de amor