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Secreto de mi esposo ciego romance Capítulo 104

El rostro de Camila palideció por el dolor, y su frente rompió a sudar frío. Dio cada paso con dificultad mientras iba al lado de Dámaso. Incluso se alegró un poco de que el marido con el que se casó no pudiera ver nada.

Mientras Dámaso se sentaba en su silla de ruedas, su mirada oscura y fría se detuvo en el sudor frío de su frente.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó en voz baja.

Camila frunció los labios y sonrió. Tenía la voz un poco ronca, así que la alzó de forma intencional para que no sonara tan miserable.

—Nada…

—Acabo de ver a Luci abajo… —La sangre goteaba de sus vaqueros desgastados.

Los ojos de Dámaso brillaron salvajes tras la seda negra. Al momento siguiente, tiró de Camila entre sus brazos y le sujetó la mandíbula inferior.

—Dime la verdad. —«¿Quiere ocultarme algo como una herida porque piensa que soy ciego?».

Había mucha gente en la sala de reuniones. Todos los que habían vuelto del extranjero eran la crema y nata. Cuando vieron a Dámaso abrazando a Camila, agacharon la cabeza uno a uno. Firmaban con sus nombres en los documentos o escribían propuestas según fuera necesario. La sala de reuniones se llenó al instante de ruidos de gente trabajando.

A Camila le ardía la cara. Frunció los labios.

—Estoy bien en realidad… —Cuando miró a su alrededor y observó a los empleados que trabajaban con ahínco, se sintió con ligereza incómoda—. Bájame…

Los empleados trabajaban duro mientras descansaban de la reunión, pero ella, como jefa, coqueteaba con su marido…

—Belisario…

Como ella no decía nada, el hombre se dirigió con frialdad a la joven adolescente que estaba a un lado.

—¿Qué ha pasado?

Belisario se sobresaltó. Repitió todo lo que había pasado con todo detalle.

—Una mala mujer quería hacer daño a Cami. Salvé a Cami, pero salió herida.

La mirada de Dámaso se oscureció.

—¿Dónde está herida?

—La parte inferior de su pierna izquierda…

Las grandes manos del hombre agarraron con precisión la parte inferior de la pierna izquierda de Camila. Aunque la herida estaba vendada, la sangre se filtraba, quizá porque se movía demasiado.

—¿Se lo notificaste al Señor Hernández?

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