A pesar de su reciente matrimonio con Dámaso, la voz de Camila era firme e inquebrantable.
—Está bien. —Jacobo rio entre dientes, mirando a Dámaso de reojo—. Don Lombardini me pidió que le hiciera un chequeo a Dámaso a los pocos días de que se casaron. Creo que está ansioso por tener nietos.
Se volvió hacia Camila y le guiñó un ojo.
—Si Dámaso tiene algún problema en la cama, asegúrate de avisarme enseguida. Es mejor diagnosticarlo y tratarlo cuanto antes.
Las mejillas de Camila se sonrojaron. Bajó la cabeza, con los dedos jugueteando en su regazo. No sabía cómo responder a Jacobo.
—Belisario —dijo Dámaso, su voz fría—. Es hora de una paliza…
Los ojos de Jacobo se abrieron de par en par, asustado, cuando un niño con una camisa blanca saltó de la barandilla del segundo piso. El niño derribo a Jacobo en el sofá y empezaron a forcejear.
—Pequeño demonio gritó Jacobo. ¡Eres el diablillo Belisario! —Jacobo intentó huir, pero Belisario era demasiado rápido. Jacobo suplicó entonces a Belisario—: Admito que me equivoqué. Suéltame, por favor.
Camila no pudo evitar reírse al ver cómo Jacobo y Belisario se peleaban. Era la primera vez que Dámaso veía sonreír así a Camila. Tenía una sonrisa genuina en la cara, una en la que ambas comisuras de los labios se levantaban en una sonrisa completa, no la educada que solía dedicarle o la forzada que mostraba delante de la Familia Santana.
El sol brillaba sobre ella, haciendo que su cabello resplandeciera. Un mechón cayó junto a su oreja y se movió mientras ella reía. El hombre alargó la mano y le colocó con suavidad el cabello detrás de la oreja, revelando su perfil puro. Camila estaba tan absorta en la juguetona escena que no se dio cuenta de que la tocaba hasta que ya le había movido el cabello. Con rapidez recuperó la compostura y se sonrojó.
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