Volteó a mirar a Alejandro.
Resultaba que esas dos palabras no eran tan difíciles de pronunciar después de todo.
—No me voy a divorciar de ti, y lo sabes bien —dijo Alejandro con un rostro severo.
—Eres abogado, deberías saber muy bien que, si me hubieran declarado culpable, me habrían sentenciado a prisión...
—Ante las contundentes evidencias, no tenía otra opción...
—No, elegiste creerle a Vanessa en lugar de a mí —Luciana tenía muy claro cuál era el punto.
Él no confiaba en ella.
O quizás, Vanessa era más importante para él, tanto que prefería que fuera ella quien fuera a prisión.
—Vamos a casa —Alejandro comenzó a bajar silencioso las escaleras.
Luciana se ajustó el abrigo y caminó directo hacia el auto. El viento helado le cortaba la cara como cuchillas.
Dentro del auto, el silencio entre ambos era aterrador.
Al llegar a casa, Alejandro ni siquiera se bajó. Apenas Luciana salió del auto, él se fue.
Luciana lo vio partir sin preguntar nada.
"Debe estar preocupado por la detención de Vanessa", pensó.
Al entrar, primero redactó un acuerdo de divorcio y luego empezó cuidadosa a empacar.
La casa donde vivían ahora era una propiedad recién adquirida por Alejandro, un departamento de lujo de 400 metros cuadrados en una zona exclusiva. Como se habían mudado hace relativamente poco, no tenían muchas cosas; algunas seguían en su antigua casa. Todo cabía en una maleta grande.
Dejó la casa impecable, sabiendo que Alejandro era obsesivo con la limpieza. Una vez que sacara sus cosas, apenas quedarían recuerdos diminutos de ella.
Firmó el acuerdo de divorcio y miró con nostalgia el anillo de matrimonio que había llevado durante cuatro años sin quitárselo nunca. Lo acarició por última vez antes de dejarlo sobre el acuerdo en el escritorio de él.
Al salir del condominio, no fue a casa de sus padres; seguramente se preocuparían y la llenarían de preguntas.
Su mejor amiga Daniela vivía con su novio, así que obviamente no podía ir allí. Su única opción era hospedarse de forma temporal en un hotel.
Su celular vibró.
Era Daniela. Sostuvo el celular con el hombro mientras respondía:
—¿Aló?
—¿Cómo te fue? ¿Necesitas que vaya a testificar?
Mientras escribía su currículum, miraba su historial con desánimo; solo su educación valía la pena, experiencia práctica: cero.
Suspiró resignada:
—No hace falta, ya terminó todo.
—¿Alejandro te creyó? —Daniela gruñó—. Esa hipócrita de Vanessa al final no pudo contra tu lugar en su corazón...
—Nos vamos a divorciar.
Hubo en ese momento dos segundos de silencio.
—¿Dónde estás? Voy para allá.
Luciana le dio su ubicación.
Daniela llegó en un dos por tres.
Cuando Luciana abrió la puerta, encontró a Daniela apoyada en el marco, con un vestido rojo bajo un abrigo largo de cachemira negro, radiante, acomodándose su seductor cabello ondulado:
—¿Qué fue lo que ocurrió?
—Pasa y te cuento —dijo haciéndose a un lado.
Daniela entró mirando alrededor:
—¿Te vas a quedar aquí?
—Sí, por ahora, sí —respondió Luciana.
Le sirvió un vaso de agua:
—Es justo lo contrario, no me creyó. Este matrimonio ya no tiene sentido. Se lo propuse, y pronto verá el acuerdo de divorcio que le dejé.
Daniela guardó silencio por un momento, sin saber cómo consolarla.
—En realidad...
—Sé que dirás que es una lástima —Luciana bajó la mirada—. Le di una oportunidad, pero él no la tomó.
Daniela cambió al instante de tema:
—¿Necesitas ayuda con algo?
—Voy a buscar trabajo —sonrió levantando la cabeza—. Me he alejado demasiado de la sociedad, es hora de recuperarme a mí misma.
Era el momento adecuado de retomar su sueño de ser abogada, el que había abandonado hace cuatro años.
Ya nadie merecía que renunciara a sus sueños.
Daniela le dio una palmada en el hombro:
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