En el cementerio.
Sabrina estaba abrazada de Jonathan.
—No sé si podré soportar no tenerlo, a hora he perdido a mi madre y padre, soy una huérfana, me siento como un naufrago perdido en el mar.
—No, estoy aquí, me tienes a mí, a nuestro bebé, a tu hermano que te adora, por favor, eres ahora mi vida entera.
Sabrina acarició su rostro, lo abrazó con más fuerza. Sintió que él era su hogar ahora.
Luego del entierro volvieron a casa,
Estar ahí era una sensación desoladora, Sabrina se fue poco despues de haber llegado, no quería estar más ahí, Jonathan la llevó a casa.
Fátima se acercó a Álvaro y a Stella.
—Hablé con el abogado, mañana estará aquí para leer el testamento.
—¿Mañana? —exclamó Marcus irresoluto—. ¡Por Dios! Mi padre no lleva ni unas horas enterrado, su cuerpo aún no se enfría, ¿y ya hablas del testamento? ¿Qué clase de ser ruin eres, madre?
—¡No te permito que insultes a mi abuela!
Marcus tomó a Álvaro del cuello de la camisa.
—¡Tú lárgate de esta casa! No olvides quien eres, no eres un Ford.
Álvaro le miró con odio.
—¡Soy un Ford! Te guste o no llevo el apellido.
—Mi padre quería quitártelo, ¿Acaso lo olvidaste?
—¡Ya basta, Marcus! ¿Cómo puedes pelear en este momento?
—¿Cómo puedes pensar en dinero en este momento, madre? Cuando creo que no puedes decepcionarme más, lo logras.
Marcus subió la escalera y encontró a Evana en la habitación, la abrazó, ella de inmediato lo recibió en sus brazos.
—Vámonos e aquí, Evana, vámonos muy lejos, por favor.
Ella acunó su rostro, lo vio tan triste, las lágrimas luchaban por no caer por su rostro, ella besó su frente, y sus mejillas.
—Amor, claro que sí, yo contigo iría hasta el fin del mundo.
Él sonrió.
—Eres mi fortuna, Evana, todo lo que tengo en este mundo.
Evana preparó el baño, la tina con agua tibia, él se metió a la bañera, mientras sentía las manos suaves y tersas de Evana acariciándolo, tallando su espalda, mimándolo, luego ella también se metió desnuda, se abrazó a su cuerpo, ambos se quedaron un momento disfrutando del agua tibia, ella podía sentir el dolor de su amado esposo, ella se sintió así antes, solo podía estar ahí, acompañándolo, nada de lo que hiciera o dijera disminuirá su dolor, pero ella sería como su muro de contención.
Al salir del cuarto de baño, se recostaron en la cama, lo cobijó, durmió a su lado.
Al día siguiente.
Apenas bajaron, les anunciaron que el abogado estaba ahí, Evana se enfadó, Marcus no había desayunado, Sabrina recién llegaba.
—¿Por qué debemos leer ahora el testamento?
—Porque lo dijo yo, Sabrina, es mi orden —dijo Fátima, todos la miraron con repruebo.
—¿No es demasiado pronto para que busques el dinero de mi padre? —exclamó Sabrina
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