Uno de los regalos era un rompecabezas, de esos que hay que armar con mucho tiempo.
El otro era un hermoso castillo de ensueño hecho de bloques.
Los dos regalos fueron hechos a medida por Néstor.
"Señor, ¿por qué nos da regalos?", preguntó con suspicacia el niño mayor, "mi mamá trabaja allí, mi hermana y yo no iremos con usted".
Como pediatra, Néstor siempre fue muy bueno hablando con niños.
"Fue Dios quien en el cielo me dijo que había dos chicos obedientes aquí y me pidió que les trajera regalos para premiarlos", contestó Néstor amablemente, "¿prometen seguir obedeciendo a su mamá?".
"¿Dios?", preguntó la hermanita mientras abría sus ojos de asombro, "¿dónde nuestra mamá va a rezar en la iglesia?”.
"¡Claro, pequeña! ¡Qué inteligente eres!". Néstor la felicitó.
"¡Hermano, de verdad! El tío sabe que soy la hermana menor", la niña estaba encantada.
El hermano mayor puso cara de: "..."
¿A caso los creían tontos?
No existe un Dios en este mundo.
Si existiera, él y su hermana no vivirían en tanta pobreza.
Él seguía siendo cauteloso.
"Debo llevar regalos a otros niños obedientes como ustedes, así que me despido ahora", dijo Néstor sin intención de quedarse, después de pensarlo un momento, añadió: "La persona enviada por Dios soy solo yo, si en el futuro alguien se hace pasar por mí y quiere llevárselos, no confíen en esa persona, ¿de acuerdo?".
La niña asintió.
El hermano siguió en alerta.
Néstor saludó, subió al auto y se fue.
Cuando se aseguró de que Néstor estaba lo suficientemente lejos, el hermano se atrevió a acercase a los regalos.
Cuando vieron lo que estaba adentro, los ojos del hermano mayor se iluminaron como si hubiera encontrado un tesoro.
"¡Estos dos regalos parecen muy valiosos! Los venderemos y con eso compraremos zapatos nuevos para ti", dijo mientras miraba a su hermana.
Pero vio que ella estaba abrazando la caja del castillo, encantada.

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