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Un café para el Duque. (Saga familia Duque Libro 1) romance Capítulo 11

“He tratado de no pensar en ti. Como si nunca hubieras pasado por mi vida. Siguiendo los consejos de mis amigos. Mujeres, tragos y otras cosas más…” Guillermo Dávila.

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«Sing me to sleep by Alan Walker» sonaba en las bocinas de aquel lugar. El olor a cigarrillo se inundó en las fosas nasales de Joaquín, el joven caminó sonriente hasta encontrarse con sus amigos en aquel bar. Enseguida una hermosa chica de cabello negro se acercó a él.

—Pensé que no vendrías —susurró al oído del joven.

Él sonrió y barrió con la mirada a la muchacha.

—Nunca falto a una reunión —contestó ladeando una sonrisa. —¿Bailamos?

La chica aceptó y de inmediato se encaminaron a la pista. Aquella mujer se contoneaba con sensualidad provocando al joven, entonces en un par de minutos en un oscuro callejón de aquella discoteca la dama yacía con su espalda recargada sobre uno de los muros, su vestido levantado hasta la cintura, y las manos del joven Duque sosteniendo sus glúteos mientras se hundía en ella cada vez más fuerte y profundo.

Minutos después el éxtasis se apoderó de ambos. Joaquín abandonó el cuerpo de la chica. Se acomodó la ropa y enseguida se dirigió al sanitario para deshacerse del condón. Luego de eso se lavó las manos, se observó al espejo, y se sintió igual de vacío y solo que antes. Ninguna fiesta, ni el lujo, ni aquellos momentos de sexo explosivo lograban llenar su alma solitaria, excepto el inocente y tierno beso que María Paz le robó, ese le estremeció cada fibra de su ser, y ahora después de tantos años de tener encuentros ocasionales se sintió sucio, inclinó su mirada y la tristeza se apoderó de su corazón.

—¿Podré convertirme en el hombre que ella se merece? —Se cuestionó susurrando, negó con la cabeza, salió de aquel lugar y subió a su auto, y en vez de dirigirse a su apartamento, el corazón lo llevó hasta la urbanización en donde residía la chica. Se vio tentado a hablarle por teléfono, pero después de lo sucedido en el bar se sintió indigno de ella, y se dirigió a su residencia, enseguida se metió a la ducha para borrar la huella de su afrenta.

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María Paz se colocó protector solar sobre sus hombros, y en el escote, tomó su sombrero de paja toquilla, su bolso, y sus gafas, miró el reloj, y bajó a desayunar.

Saludó con un cálido beso a sus padres y hermano.

—¿Nena, pasamos por ti al centro geriátrico? —indagó Rodrigo.

María Paz terminó de masticar el pedazo de papaya que se llevó a la boca para responder.

—No te preocupes papá, creo que demoraré un poco hoy, es el cumpleaños de Agatha —comentó la chica—, de ahí iré al centro comercial —mencionó presionando sus labios, detestaba decir mentiras, pero no podía avisarles que había invitado a Joaquín a la celebración del cumpleaños número ochenta de su amiga.

—Llegas temprano —advirtió Diana.

—Sí mamá —afirmó y miró el reloj—. Debo irme, caso contrario no avanzo a saludar a todos mis novios. —Bromeó divertida, enseguida se acercó a sus padres y se despidió de ellos.

—¿Deseas que te acompañe a llevar las cosas? —indagó Santiago.

—Tranquilo hermanito. George lo hará. —Guiñó un ojo.

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Una hora después.

El chofer que trasladó a la jovencita al centro geriátrico, la ayudó con los regalos que llevaba cada domingo a los ancianos que no recibían visitas.

Miró con ternura reunidos a sus amigos: Abraham, Gerald, Scott, Raymond, los cuatro hombres permanecían sentados en la misma mesa observando como sus compañeros recibían visitas.

—¿Por qué esas caras tan largas? —dijo la jovencita acercándose a ellos para saludarlos con un abrazo—. Gerald, me voy a poner celosa, ya te vi observando con ojos coquetos a Margaret.

La señora en mención era una mujer que residía ahí. El hombre sonrió al escuchar a la jovencita, la observó con ternura.

—Llegó la alegría de este lugar —comentó con voz pausada, entonces los demás giraron a verla, y sonrieron.

—Cuidado con mi novia —advirtió Abraham—, ella ya me prometió que cuando fuera mayor de edad se iba a casar conmigo. ¿Cierto?

—Por supuesto —respondió sonriente Paz mirando al hombre.

Así continuó saludando a los ancianos, ayudándoles a abrir los regalos que ella les llevaba, luego prosiguió con las encargadas a adornar el jardín con globos y serpentinas para celebrar el cumpleaños de Ágata, a la que no veía por el lugar.

Como a las 11h00 la mujer apareció luciendo un elegante vestido floreado, las enfermeras la habían maquillado y peinado. María Paz se llevó las manos a la boca emocionada, y corrió hacia ella.

—¡Felicidades! —exclamó y la abrazó con ternura.

—Mi niña, gracias por venir —dijo la mujer con cariño.

Capítulo 11 1

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