"... Barco a la deriva que, se hunde un poco cada día. Barco a la deriva que, no puede ver el faro que le guía..." Guillermo Dávila.
***
Joaquín rascó su nuca y su mirada se enfocó en la chica, la persiguió con su vista, notando lo atractiva que era, y la seguridad con la que caminaba.
—Eres muy bella —comentó.
María Paz tomó asiento en la sala de abordaje, se llevó las manos al pecho, respiró profundo, entonces cerró sus ojos y la mirada de él se le vino a la memoria.
Joaquín… Duque de Manizales —murmuró suspirando—, no, esto no puede ser posible —comentó.
—¿Disculpe? —cuestionó una señora que estaba junto a ella.
María Paz salió de sus cavilaciones.
—Lo lamento, hablaba sola —respondió, entonces bebió de su café, y luego cuando finalizó de alimentarse y botó todo en un basurero, volvió a su asiento e intentó proseguir con su lectura, pero no podía concentrarse, entonces escuchó la llamada de su vuelo, inhaló profundo y se colocó en la fila, minutos después se acomodó en su lugar, sacó su iPhone para activar el modo avión, y de repente su corazón se detuvo al verlo ingresar—. No puede ser —dijo en voz baja enseguida ella se encogió en su asiento para que no la encontrara, pero parecía que el destino se empeñaba en juntarlos.
—Este es mi lugar —dijo él, y se quedó estático al mirar a la compañera de viaje—. Qué coincidencia —mencionó con una sonrisa, sentándose junto a ella.
—Qué mala suerte la mía —respondió María Paz.
—«Qué maldita mala suerte la mía. Que aquel día te encontré» —entonó él un parte de la letra de la canción: La camisa negra de Juanes. María Paz giró su rostro, y sonrió con suspicacia.
—Eso me pasa por buena gente —espetó, entonces él carcajeó burlándose.
—Estamos a mano —respondió divertido—, y en vista que vamos a ser compañeros de viaje sería bueno conocer tu nombre.
María Paz elevó una de sus cejas.
—Antes de decirte como me llamo, tengo una curiosidad —expresó ella mirándolo a los ojos.
—¿Cuál? —averiguó él sin dejar de verla.
—Será que debajo de esa ropa —Señaló con sus dedos hacía los pantalones de él—, traes al difunto. —Soltó una sonora carcajada que se hizo escuchar entre todos los pasajeros de primera clase—: «Cama, cama, come on, baby. Te digo con disimulo. Que tengo la camisa negra. Y debajo tengo el difunto» —entonó la chica la misma canción que él, bailando divertida en su asiento.
—«Pa' enterrártelo cuando quieras, mamita» —susurró él muy cerca del oído de ella.
La chica abrió sus verdes ojos de par en par. Todo el cuerpo de María Paz se estremeció, como jamás antes le había pasado. Se llevó la mano a la frente, desconociéndose, porque ella no era de las que entablaban amistad con el primer desconocido, y tampoco solía bromear con cualquiera, pero el joven que tenía a su lado por alguna inexplicable razón le inspiraba confianza, a pesar de que olía a alcohol, y que podía ser algo peligroso, había una extraña fuerza en su interior que la hacía no tener miedo.
—Me llamo —mencionó presionando sus labios—. Elizabeth de Windsor: Reina de Inglaterra. —Carcajeó divertida—, y según el protocolo eres tú, falso Duque el que debe hacer una reverencia ante mí.
—¡Qué graciosa! —exclamó y giró su rostro para contemplarla y perderse en aquella verdosa mirada—. Decime tu nombre.
—Isabella —mintió.
—Mucho gusto —dijo él y extendió su mano a ella.
—Un placer —respondió y estrechó los dedos de él, entonces una extraña vibración los sacudió a ambos, la chica de inmediato se soltó de él, tomó sus audífonos los conectó a su móvil, y colocó su playlist.
Joaquín se recargó en su asiento y cerró sus párpados, intentando dormir, minutos después María Paz rodó sus ojos al sentir la cabeza del joven en su hombro.
—Lo que me faltaba —murmuró y con delicadeza lo removió entonces él no abrió sus parpados retiró su cabeza y siguió dormido, fue ahí que ella lo pudo mirar con más detalle. «Eres muy atractivo, lástima que huelas a alcohol» entonces una extraña sensación la invadió, un pinchazo percibió su corazón y recordó parte de su sueño: «Está muy solo y triste» sin embargo intentó aclarar sus ideas, no podía dejarse llevar de una ilusión se dijo así misma, pero lo único cierto era que aquel desconocido que tenía sentado a su lado ejercía sobre ella un extraño magnetismo, sentía ganas de protegerlo, y no sabía por qué.
****
Una hora después.
La cabeza de María Paz reposaba sobre el hombro del joven colombiano, quién minutos antes había despertado, sin embargo, no quiso incomodar a la jovencita, además el aroma a frutos cítricos de su cabello le brindaba calma.
De pronto observó a la bella azafata caminar con el carrito de bebidas.
—Un whisky, por favor —solicitó guiñándole un ojo a la chica.
—Con gusto —respondió ella sonriendo.
María Paz al escuchar la voz de él, talló sus ojos y despertó, se sobresaltó al darse cuenta de que su cabeza estaba en el cuello de él, cuando se retiró, sus rostros quedaron muy cerca, tanto que podían escuchar sus respiraciones.
—Hueles a alcohol. —Se quejó ella frunciendo los labios, enseguida se alejó de la tentación. Entonces miró como la azafata vertía el licor en la copa.
—Disculpe, ¿Para quién es ese trago? —cuestionó la jovencita.
—Para el caballero —respondió.
—Ah no —expresó mirándolo con seriedad—, si viajas a mi lado, no bebes una copa de licor —advirtió—. Más bien deseo un café para el Duque —expresó presionando los labios.
—Vos no podés prohibirme nada a mí —mencionó él resoplando—. Yo hago con mi vida lo que se me da la gana, y ninguna desconocida va a venir a cuestionarme.
María Paz enfocó su verdosa mirada en él, cruzó sus brazos en señal de molestia.
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