Me alejé con el teléfono para poder seguir la conversación en otro lugar. Intenté soportar los gritos que salían de la bocina del teléfono.
-¿Puedes bajar la voz? Me voy a quedar sorda.
-Escúpelo. ¿Qué está pasando?
—Es que... Es que Arturo es uno de los socios de Roberto. No sé qué te ha dicho sobre él, pero no creí que fuera correcto que yo te lo dijera. Quería que él mismo te lo contara.
-¿Socio? ¿Arturo es un empresario? ¿Y qué? Abril sonaba indiferente al respecto.
Claro. Su cerebro funcionaba diferente del de otras personas. Si de verdad le gustaba alguien, no iba a importarle la profesión ni el estatus de la persona.
-Eh, está bien. Arturo es socio de Roberto. Me lo encontré en el yate. O sea que acabo de verlo. No tuve tiempo de
contártelo.
-¿Ah, sí? -Abril por fin se calmó-. Mmm, esa isla suena genial. Isabela, si están planeando comprar la isla y construir una especie de parque temático, deberías considerar ser parte del proyecto. Colaborar con gente con experiencia como ellos seguro te traerá buen dinero.
Abril tenía mucha clase cuando se trataba de negocios. Era una pena que estuviera decidida a ser una buena para nada.
—Bueno, voy a pensarlo cuando regrese. Ayúdame a contactar al asistente de Roberto y pedirle una copia de la propuesta para leerla.
-Ja, ja, Isabela. Míranos, hablando por teléfono casualmente sobre un negocio de miles de millones de dólares.
Esto era típico de Abril. Podía cambiar el rumbo de la conversación en un abrir y cerrar de ojos. Terminé la llamada y comencé a comerme el plátano rojo que Arturo me había dado. Sabía diferente. Era aromático y suave.
Arturo se sentó frente a mí y sonrió mientras me veía comer. Sus ojos destellaron con una tierna bondad. Me recordaba a mi padre. Sería agradable tener un padre como él. De repente, no me sentí tan mal.
Mientras comía, le pregunté a Arturo:
—¿Te gusta Abril?
Él no dudó al responder:
-Es muy adorable y directa. Me gusta bastante.
-¿Qué tipo de «gustar» es ese? Tú le gustas como un novio le gusta a su novia.
—Lo sé. Me lo dijo cuando nos conocimos.
Ese era el estilo de Abril. No me sorprendía ni poquito.
-Abril me dijo que te conoció en tu exposición de arte.
-Así es. Estaba parada frente a una de mis pinturas y llorando como un bebé. El personal me dijo lo que pasaba, así que fui a ver. Me dijo que mi pintura la conmovió.
—¿Ah, sí? Eso sí me sorprendió. No esperaba que Abril desarrollara de repente tales habilidades para interpretar el arte.
Siempre le había faltado sensibilidad para eso. Podías pedirle que te dibujara la cosa más simple y te daba una basura. Sus dibujos de gente parecían hechos por un niño: chicas lindas con ojos coquetos y orejas de conejo.
-Le pedí que me compartiera sus impresiones sobre la pintura. No tenían sentido.
-Ah -dije. Así es como me imaginaba que el encuentro había ocurrido.
—Luego, me confesó sus sentimientos. Dijo que mi pintura le atravesó el corazón como una flecha.
-Su corazón es un blanco fácil -dije-. La última vez que fuimos a un club nocturno, el barista hizo muchos trucos mientras mezclaba las bebidas. Esa vez ella también dijo que le habían atravesado el corazón con una flecha.
Nos miramos y luego nos echamos a reír. Suspiré y dije:
-Abril es muy sencilla. Si le gustas, significa que de verdad le gustas de corazón.
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