Lo llamé. No había ruido. No sabría decir si estaba en casa.
-Te la vives de fiesta, ¿verdad? ¿No planeas volver pronto?
—Estoy en la estación de la policía de tránsito. Me suspendieron la licencia -le dije con sinceridad.
-Parece que tienes muy mala suerte estos días -contestó con alegría—, ¿Me buscas porque quieres que vaya a recogerte?
—Haz lo que quieras. Yo hice mi parte llamándote.
Colgué y permanecí en mi asiento. Es probable que los agentes de policía pensaran que soy un triste espectáculo. Me dieron un vaso de agua y me preguntaron si tenía frío. Hubieran apagado el ventilador si ese fuera el caso.
Roberto llegó media hora después. Los policías de tránsito no se atrevieron a decirle nada cuando lo vieron. Le entregaron la multa y le permitieron llevarme a casa. Mi auto permanecía en silencio en el patio de la estación. Me quedé afuera como una idiota mientras Roberto entraba en su auto. Hizo sonar la bocina.
-¿Piensas quedarte ahí?
Subí al coche y me abroché el cinturón de seguridad. No dije una sola palabra. Me congelaba el viento. Subí las ventanas y levanté la capota. Ya no tenía permitido conducir. Tendría que obtener mi licencia de nuevo. Que mala suerte. Cosas horribles siguen apareciendo en tu camino cuando no tienes suerte. Cerré los ojos. Roberto siguió conduciendo.
—Entonces —dijo de la nada— parece que eso es todo lo que puede ofrecer una amistad, ¿verdad?
No dije nada. No quería escuchar sus burlas.
-Por cierto, le di los papeles —comentó alegremente—. No dudó en absoluto cuando se los entregué anoche. Los tomó de inmediato. Isabela, no eres muy buena eligiendo a tus amigos. Pensé que tendría que esforzarme un poco más para convencerla. No esperaba que las cosas se movieran tan rápido.
Busqué los auriculares en mi bolso y en mis bolsillos, luego me los puse en los oídos. Antes de que pudiera escoger música para escuchar, Roberto me los quitó de un jalón.
—Esto pasó. No importa si no estás interesada en escucharme decirlo.
-¿Qué quieres? ¿Tratas de demostrar que siempre tienes la razón? ¿No tienes mejores cosas que hacer con tu tiempo?
—Trato de hacerte ver el mundo tal como lo es. No es lo que pensabas que era. ¿Todavía crees que hay bondad en este mundo?
Las luces del tablero se derramaron sobre el hermoso rostro de Roberto, iluminándolo en miles de colores. Lo miré brevemente, luego me di la vuelta y miré por la ventana. Era pasada la medianoche. El número de peatones en las calles era cada vez menor. ¿Y qué si tenía razón? Seguro se burlaría de mí toda la vida. Afortunadamente, no necesitaba pasar toda mi vida junto a él.
Cuando el auto se detuvo en un semáforo en rojo, tomé el sobre del asiento trasero, saqué los papeles del divorcio y comencé a hurgar en mi bolso en busca de un bolígrafo. Tarde o temprano nos divorciaríamos. Ya que él estaba dispuesto a divorciarse de mí, debía poner fin a esa farsa de inmediato. Pero tan pronto como saqué un bolígrafo, me lo arrebató y lo tiró a un lado.
—¿Qué haces?
-No hemos llegado al final del período contractual. Solo quería que supieras que la amistad verdadera no existe. No me voy a divorciar de ti en este momento.
-¿No pierdo demasiado con ese trato? Perdí una amistad y todavía no puedo deshacerme de ti.
Él rio.
—Probablemente no te suicidarás si todavía puede bromear al respecto.
Yo no tenía tendencias suicidas. ¿Quería llevarme al límite?
Llegamos a la residencia Lafuente. Roberto me detuvo antes de que entrara a mi habitación.
-Isabela.
—¿Si? —pregunté con indiferencia—. ¿Algo horrible que quieras decirme? Deberías decírmelo de una vez por todas.
—Hace poco construí un centro tecnológico. Mañana abriremos de manera oficial una de las salas.
~¿Y?
-Llevará el nombre de Abril. Es un regalo para ella.
¿Quieres asistir a la ceremonia de apertura?
Lo miré sin pestañear.
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