Lo miré en silencio y después dije:
-No confíes en lo que dice el internet.
-Isabela, ahora entiendo por qué mi hermano no viene con frecuencia a tu cuarto. Sé por qué te ignora aunque eres tan bonita. Es porque es gay.
-Deja de decir esa palabra. Tu hermano está en el cuarto de al lado.
-No puedo respetarlo -espetó Emanuel-. ¿Por qué se casó contigo si es gay? Ser la tapadera es una vida terrible.
Yo estaba exasperada.
-Esto sólo fue una mala broma que le hice.
Estaba a punto de repetir lo que le había dicho a abue y a mis suegros cuando él me interrumpió.
-Escuché todo cuando estaba acá arriba. Sé lo inventaste para ayudarlo. Nadie te cree.
¿Nadie? Pero si fui tan honesta.
—Todo es verdad —dije mientras le tomaba las manos—. Todo. Las mancuernillas eran un regalo que le quise dar a mi papá.
Él me tomó las manos mientras sus ojos brillaban en señal de empatia.
—Isabela, no hay necesidad de inventar excusas por mi hermano para salvar su reputación. Es un poco afeminado. Me di cuenta hace mucho tiempo.
Me eché a reír.
-¿Crees que tu hermano es afeminado? ¿Cómo? ¿En dónde? Ni siquiera puedes ganarle en el básquet.
-Isabela, te apoyo con el divorcio -dijo y me volvió a dar la caja de galletas-. Aún tengo mucho dinero en mi cuenta bancaria. También tengo acciones de Empresas
Lafuente. Te prestaré el dinero que necesites.
No sabía si reír o llorar.
-¿Por qué necesito tu dinero? Yo tengo el mío. Emanuel, ¿puedes dejar de causarme problemas?
-La idea de que te traten tan injustamente me hace enojar. ¿Crees que mis padres te creyeron? Sólo se mienten a sí mismos. Quieren que le des un hijo a mi hermano. Eso va a satisfacer sus deseos de seguir la línea perpetuar el apellido. No les importa si mi hermano te ama.
-Estás loco -le dije mientras le daba un golpecito en la cabeza-. ¿Cómo puedes hablar así de tus padres?
—¿Me equivoco? —preguntó mientras estiraba el cuello y me miraba-. ¿Qué de lo que dije está mal?
No tenía caso intentar razonar con él. Por fortuna, en ese momento recibí una llamada. Contesté. Esperaba una llamada de él y mi presentimiento fue acertado.
-Hola, Andrés -respondí.
—¿Dónde estás, Isabela?
—En la casa de los Lafuente.
-Ya veo. ¿Es conveniente que salgas? Hay que cenar juntos.
—Claro. ¿Le aviso a Abril que nos vea?
-Mejor no, es demasiado ruidosa. Sólo quiero comer en paz contigo.
Andrés debió haber visto el video también. Era una noticia muy grande. Definitivamente se enteró.
—Voy a salir. Me voy a bañar y a vestirme. Vuelve a tu cuarto -le pedí a Emanuel.
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