¿De verdad el orgullo es más importante que su vida?
-Llama al Dr. Gómez.
Miré al jardinero impotente.
-Iré a buscar al señor Jesús -dijo el jardinero.
El señor Jesús era el sirviente. Me quedé arrodillada al lado de Roberto mirándolo después de que el jardinero había corrido en busca del sirviente.
—¿Te duele?
Mantuvo los ojos cerrados y me ignoró.
—¿Duele mucho? —pregunté. Me preocupaba que se hubiera roto las costillas. No veía sangre en el suelo. Me preocupaba una hemorragia interna.
Iba a ser mi culpa si Roberto moría. Nunca olvidaba sus rencores. Iba a perseguirme como fantasma.
Tenía tanto miedo. Empecé a llorar.
—¿Esto duele?
Toqué un poco sus costillas. Temía que pudiera saltar del dolor. No reaccionó en absoluto. Ni siquiera hizo un sonido.
-Roberto, ¿duele aquí?
—Va a hacerlo si sigues tocándome —dijo al fin.
-¿Estás en shock?
-¿Qué tengo que hacer para que te calles?
-¡Dime si duele!
-Sí. Mucho -dijo a través de los dientes apretados.
Eso tenía mucho más sentido. Me callé de inmediato.
Me sentí desgarrada y conflictuada en la siguiente docena de minutos que pasaron. Miré la hermosa cara de Roberto mientras yacía ahí. Suspiré. Su buena apariencia se mantenía a pesar de sus heridas.
-Roberto, no nos divorciaremos si quedas discapacitado por la caída. Yo cuidaré de ti por el resto de tu vida.
-¿Estás diciendo que podría tener que vivir mi vida como una persona discapacitada y sufrir de tu compañía al mismo tiempo?
Estaba tan molesta que no podía enfadarme con él. No importaba lo horrible que fuera la mayor parte del tiempo. Siempre era el primero en venir a mi rescate cada vez que estaba en problemas.
Por supuesto, eso era porque tenía los reflejos más rápidos. Por eso podía ir en mi ayuda antes de que nadie más pudiera reaccionar.
Esta vez, sin embargo, de seguro seguía en shock. Su cuerpo probablemente todavía estaba entendiendo la caída que acababa de tener. No entendía por qué me sentía tan molesta. Sentía como si Roberto hubiera muerto.
Caí fácilmente en la culpa. No importaba lo horrible persona que fuera Roberto, me habría sentido horrible si hubiera muerto por mi culpa.
No paraba de llorar. Roberto ya no podía soportarlo.
—Vuelve a tu habitación. Sobreviviré.
-No me voy a ir -le dije. Las lágrimas habían nublado mi visión. Roberto era una forma indistinta en mis ojos.
-Limpíate las lágrimas de la cara. Tienes un aspecto horrible.
Empecé a buscar en mis bolsillos. No pude encontrar ni un solo pedazo de algún pañuelo.
-Tengo un pañuelo en la chamarra.
Me acerqué a la chamarra que había caído al suelo mientras continuaba llorando. Encontré su pañuelo después de un poco.
Me soné la nariz en su pañuelo de seda mientras las lágrimas seguían fluyendo por mis mejillas.
—¿Por qué un hombre adulto como tú lleva un pañuelo? — dije mientras sollozaba.
Probablemente no se molestaría en responderme. Mi pregunta fue respondida con silencio.
Su pañuelo fue muy útil. Me limpié la cara con unas pasadas. El doctor llegó entonces. Se arrodilló en el suelo y comenzó a examinar a Roberto.
-Sus costillas no están rotas -dijo el médico-. Voy a examinar lo demás.
Apretó las palmas de sus manos con ligereza sobre el cuerpo de Roberto e inició su inspección.
—Piernas, intactas. Tobillos, intactos. Columna, intacta. Los huesos de la cadera se ven bien también. Maestro Roberto, ¿por qué sigue en el piso?
—Se cayó desde el tercer piso —apunté hacia arriba.
-Es mucho camino hasta el suelo.
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