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Un extraño en mi cama romance Capítulo 163

Pensé que Roberto insistiría en que lo ayudara con la parte inferior de su cuerpo, pero tomó una toalla y me dijo:

-Encontrarás mis pijamas en el guardarropa de la habitación, tráeme el juego azul cielo.

Parecía que a Roberto le gustaba el color azul, la mayoría de su ropa de dormir era de ese color, pero eso no era importante, lo que importaba era que me había dejado ir. Salí del baño a toda prisa para ir por su pijama.

Toda la ropa de dormir colgada en su armario era de color azul, había azul cielo, azul oscuro, azul grisáceo, todas las tonalidades de azul. Tomé lo que me pidió y volví al baño para ayudar al joven amo con su ropa, quien, por suerte, ya se había puesto los pantalones o de otro modo hubiese tenido que refregarme los ojos más tarde.

Lo ayudé a ponerse la pijama.

—Te ayudaré a vendar tus heridas más tarde.

—De acuerdo.

-Primero llevaré los platos y los cubiertos abajo.

-Haz que Baymax lo haga.

Era verdad, me había olvidado de ese artefacto de tecnología de punta y carente de alma que estaba en el departamento.

- Presiona ese botón de la pared, él vendrá hasta aquí.

-¿Puede abrir la puerta por sí mismo?

-Sí.

- Eso debe ser muy inseguro.

-Es un robot inteligente de uso doméstico que funciona de forma eficiente siempre y cuando le des las instrucciones adecuadas.

-Eso no es inteligencia, sólo es su programación. Eso no tiene nada que ver con la inteligencia del robot.

-Lo acabas de conocer, ¿Acaso comenzaron con el pie izquierdo? —Me miró mientras tenía una aparente sonrisa en los labios.

Lo ayudé a atarse la bata.

-¿Cómo terminaste con esa cosa?

—Es un nuevo producto que las Empresas Lafuente desarrolló en conjunto con el núcleo tecnológico con el que estamos colaborando. Es un robot de limpieza para uso doméstico que pronto pondremos a la venta en el mercado, estoy haciendo una prueba.

«Ya veo».

-¿Cuánto cuesta? -pregunté.

—Es una cifra de seis dígitos.

Me quedé boquiabierta.

-¿Tan caro? Sólo los millonarios pueden costearlo.

- Nuestro objetivo nunca han sido las masas.

-Entiendo, sus productos están dirigidos a los ricos. Nosotros los plebeyos bien podríamos estar muertos.

-No lo olvides, -me miró y dijo-: No eres ninguna plebeya. Posees el treinta por ciento de las acciones de la Organización Ferreiro. Eres de los más ricos de entre los ricos.

No lo hubiese recordado si no lo hubiera mencionado, después añadió:

—Pero tienes una plebeya viviendo en tu cabeza. ¿Cuándo vas a sacarla? Quién sabe, Puede que nunca seas capaz de hacerlo. Es allí donde radica la mayor diferencia entre Silvia y tú.

¿Por qué había sacado el tema de Silvia tan de repente? Levanté la vista y lo miré con ferocidad.

—Lo sé, lo sé. Silvia es la mejor, tiene clase y estilo, es la princesa que puede sentir el guisante debajo de los siete gruesos colchones, yo sólo soy un fraude.

-¿Qué sentido tiene que te menosprecies? - Dijo y pulsó un botón circular que estaba en la pared, la puerta de la habitación se abrió y la voz de Baymax, que provenía de afuera del baño, se escuchó.

-¿Me llamó, Señor Todopoderoso?

¿Qué clase de robot era ese? Venía preinstalado con la capacidad de adular de manera indiscriminada.

-Retira los platos y los cubiertos.

-Sí, señor.

La combinación de la figura blanca y regordeta de Baymax y la voz melindrosa de Taylor Swift era un verdadero atentado a los sentidos, mi ceja se crispaba cada vez que hablaba.

Empecé a cambiarle el vendaje a Roberto, quien parecía un sapo enorme mientras permanecía recostado boca abajo justo en medio de la cama. Después de su baño, sus heridas se veían pálidas como si fuera la piel de un muerto, algunas zonas alrededor de éstas se estaban despellejando, era un espectáculo espantoso. Busqué los medicamentos que el doctor le recetó y empecé a mezclarlos, pero Emanuel me llamó antes de siquiera comenzar a aplicarlos.

Salí de la habitación y respondí la llamada.

—¿Qué quieres?

-Isabela, ¿por qué no estás en tu habitación?

—Em.

-¿Qué intentas decir? ¿Cuándo vas a volver? Es hora de que me ayudes con mi medicina.

¿Desde cuándo me había convertido en enfermera? Me habían asignado la tarea de ayudarle a ambos hermanos con su medicamento.

-Hoy no puedo ayudarte con eso -dije-. De hecho, tampoco podré ayudarte los próximos días así que tendrás que pensar en algo.

-¿Cómo voy a hacerlo? No puedo alcanzar mi propia espalda.

- Pídele al mayordomo que te ayude, él sabe que estás enfermo.

-Pero no sabe de la medicina que me diste.

Capítulo 163 1

Capítulo 163 2

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