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Un extraño en mi cama romance Capítulo 170

Roberto interrumpió mi conversación con Santiago, se paró junto a la puerta que estaba abierta y la tocó.

—Es la hora de su medicina.

Santiago se puso de pie y asintió con la cabeza en mi dirección.

-Señorita Ferreiro, otro día vendré a hacerle una visita.

-De acuerdo -asentí, luego moví los labios y le dirigí unas palabras—. Cuídate mucho.

Santiago sonrió y después se fue, Roberto ni siquiera lo acompañó abajo, qué descortesía. Se acercó a mi cama y me miró.

-Pareces contenta. ¿Tuvieron una buena charla?

-¿Por qué no habría de estar feliz? -le pregunté.

Santiago no me había culpado de lo que había pasado y me había tratado como siempre, me quitó un peso de encima. ¿Por qué no iba a alegrarme al respecto?

Entrecerró los ojos.

—Sabes, no te intimidarían tanto si le mostraras a tu madrastra y a Laura la mitad de la actitud que me muestras a mí.

— ¿Qué tan malo es? —pregunté. No tenía ¡dea de lo que había estado haciendo. ¿Había estado respondiéndole de mala manera a cada momento?

Yo debería de tenerle miedo, pero, aunque él pretendía ser una persona amenazante, en realidad no lo era. Se apoyó en el costado de la cama y sacó dos píldoras de un frasco luego me las acercó con hosquedad.

-Toma tus pastillas.

-¿Para qué son? -le pregunté, me preocupaba que intentara envenenarme.

-Las envía el doctor, son para la inflamación -respondió y me mostró el frasco.

-¿Seguro que esto no es arsénico? -lo cuestioné antes de llevarme las pastillas a la boca, me dirigió una extraña sonrisa mientras me daba un vaso de agua.

-Por lo regular son las mujeres las que las usan para envenenar a sus esposos, no al revés.

—Los maridos también pueden usarlas para envenenar a sus esposas.

—Tu ingenio parece especialmente agudo en momentos como éste. -Sonrió y observó cómo me tomaba las pastillas-. Espero que sigas así cuando te enfrentes a otras personas.

Parecía bastante ingeniosa cuando estaba a solas con Roberto, pero sólo podía culparse a sí mismo por ello ya que era él quien me molestaba con cada palabra que decía. Era natural que me provocara con sus palabras y que yo tomara represalias por el enojo.

-Date la vuelta -dijo mientras tomaba la pomada que estaba sobre la mesa.

—¿Que no lo aplicamos ayer?

—También comiste ayer, ¿eso significa que hoy deberías pasar hambre?

Me había dolido mucho cuando había aplicado la pomada y trató los moretones. Puede que Roberto fuera un buen masajista, pero la ¡dea de tener que volver a pasar por ese dolor me hacía estremecerme.

-No -dije con firmeza-. No moriré si nos saltamos un día.

Me sujetó por los hombros.

—Date la vuelta, no me hagas usar la fuerza contigo.

Eso era lo que estaba haciendo ahora, me recosté en la cama indefensa y le supliqué a Roberto.

-Hazlo de forma delicada.

Se frotó la pomada en las manos y las calentó, después me levantó la camisa y puso sus manos en mi espalda.

-Isabela -me llamó, parecía estar controlando la intensidad de la fuerza que ejercía. —Tengo una buena y una mala noticia para ti. ¿Cuál quieres escuchar primero?

-¿Eh? ¿Acerca de qué cosa?

-Es respecto a ti.

¿Qué clase de noticia sería esa? Era una persona muy indecisa, el hecho de que se me presentara de forma tan repentina una elección me dejaba en un agónico aprieto. Pensé un poco antes de hablar.

—¿Cuál es la mala noticia?

-Ese abogado tuyo solicitó, a nombre tuyo, que te dé el divorcio. La razón que da es que soy homosexual y que te obligué a casarte conmigo con engaños.

Me levanté, giré la cabeza hacia él y lo miré fijamente. Esa era en verdad una noticia muy mala.

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