Señalé la maleta que estaba en el suelo. Estaba abierta.
—Sí. Ahí está todo.
Se acercó y comenzó a hurgar en la ropa. En su rostro se dibujó una mirada de desdén.
-¿De verdad piensas llevar eso a la isla? ¿Qué crees que es esto? ¿Un campamento?
—¿Cómo iba a saber que me ibas a arrastrar contigo a la isla? Me sacaste a fuerzas de la residencia Lafuente, ¿recuerdas? No pude traer muchas cosas.
Frunció el ceño.
-Haré que Santiago te traiga ropa.
-Mejor no, no deberíamos obligarlo a ser el repartidor todo el tiempo. Me siento muy mal por eso.
-Entonces, te llevaré de compras —dijo Roberto y me jaló de la muñeca—. Vamos a comprarte ropa.
-No quiero -reproché.
A pesar de mi intento de resistencia, eventualmente me sacó del cuarto a rastras.
Roberto era una celebridad por derecho propio. Nadie iba a reconocerme si fuera sola. No obstante, las cosas serían diferentes si salía con él. Todos iba a mirarnos. Me tomó de la mano. Eso lo empeoró todo. Cuando forcejeaba, me agarraba con más fuerza.
—Podemos aprovechar esta oportunidad para hacer otro truco publicitario.
-Voy a hacer una declaración para explicar el malentendido. Ya no hay necesidad de hacer esas cosas.
—Podríamos hacerlo ya que andamos afuera -dijo mientras me llevaba de la muñeca a una tienda bien conocida—. Te gustarán los vestidos aquí.
Él tenía muy buen gusto. Sí me gustaron mucho.
-¿Cómo lo supiste? -pregunté.
-La calle está llena de mujeres que comparten gustos contigo.
No debí haber esperado que algo bueno saliera de su boca.
Una de las empleadas de la tienda se adelantó para darnos la bienvenida. Parecía emocionada cuando se dio cuenta de quién estaba junto a mí. Su voz tartamudeó.
—¿Señor Lafuente?
-La ropa de ese estante. Que mi esposa se la pruebe.
-Son demasiadas -susurré-. Hace poco Abril se volvió loca y me compró un montón de ropa.
-¿Cuándo fue eso?
-Hace unas semanas.
-Ya están viejas -declaró con expresión firme.
Me quedé muda.
-¿Aún uso ropa del año pasado y tú me estás diciendo que la ropa de hace dos semanas ya está vieja?
-¿Cómo va a sobrevivir la economía si no compras nada? Recuerda que eres la esposa legítima de un rico magnate —dijo Roberto al apretarme el hombro. Me echó a los brazos los vestidos que la empleada había llevado-. Anda, pruébatelos.
Me empujó al probador. Los vestidos que había escogido para mí se veían geniales. Tenían un estilo y colores lindos. Uno de los vestidos tenía recortes laterales en la cintura. Era un detalle agradable. Sin embargo, no logré alcanzar el cierre posterior del vestido. Me asomé por el borde de la puerta y pedí que la empleada me ayudara. No tardaron en abrir la puerta y entrar al probador.
-Perdón por el inconveniente -dije. Estaba de espaldas a la puerta.
-No es ningún problema. Encantado de servirte.
¿Por qué la empleada sonaba como Roberto? Sorprendida, me di la vuelta. Roberto estaba de pie en el probador, con una sonrisa picara en la cara.
—¿Qué quieres? —dije mientras me cubría el pecho con los brazos—. ¿Por qué estás aquí?
-¿Qué intentas ocultar? No es nada que no haya visto antes. Yo fui quien te ayudó a bañarte esa noche.
-¿Cuál noche?
-Cuando cenados estofado en la casa de Abril.
Había bebido alcohol, salí a tomar aire fresco y luego me quedé dormida. Esa noche dormí profundamente pero tenía recuerdos vagos. Creí que me había metido a la ducha yo sola.
-¿Por qué hiciste eso? -le pregunté.
Estaba furiosa y mortificada. Pude sentir las groserías colgar de la punta de la lengua.
—Olías a estofado. ¿Cómo se suponía que te abrazara mientras dormía contigo si olías así? —dijo con franqueza.
-¡No tenías que abrazarme para dormirte!
Había empleadas afuera. Muchas nos estaban mirando.
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama