No podía creerlo, no podía parar de llorar, tampoco podía creer lo frágil que me había vuelto, unas simples palabras me habían hecho llorar como una tonta. Quizás esto era lo que cada mujer deseaba tener, una eternidad con la persona que aman de verdad, me di cuenta, tontamente y con tristeza, que sí esperaba la promesa de una eternidad con Roberto.
Recordé la repentina declaración de amor de Andrés, en ese momento sólo había sentido pánico y ansiedad y no me había emocionado para nada, no sentí esa sensación de expectación. Al parecer ya no estaba enamorada de Andrés y parecía que Roberto ya no me desagradaba, de hecho, mi aversión por él se había convertido en algo más.
Roberto fue al baño y me trajo una toalla caliente, me eché a llorar y dejé salir todas las emociones que tenía reprimidas en mi interior, las que sentí cuando Andrés me dijo que a su madre le habían diagnosticado Alzheimer, cuando Silvia estuvo a punto de caer al mar anoche y cuando esta mañana compartió su secreto conmigo.
Me consideraba una persona fuerte, pero eso era una ilusión, era muy débil, muy fácil de doblegar. Todas esas pequeñas heridas y los sufrimientos que se acumularon se unieron y formaron una espada afilada que me provocaban innumerables heridas, dejándome ensangrentada y mutilada.
Roberto me dio un vaso de agua cuando por fin terminé de llorar, le di un sorbo despacio y dejé escapar un eructo que sonaba un tanto absurdo y luego lo miré con detenimiento. Las cortinas blancas de la habitación estaban cerradas y mantenían afuera la cegadora luz del sol, la habitación se sentía fresca y acogedora. Un hombre apuesto en extremo estaba sentado frente a mí con las piernas cruzadas y me miraba con una expresión de compasión y simpatía.
—Pobrecita de Isa —dijo mientras me revolvía el cabello—. ¿Tanto te conmovieron mis palabras?
—No utilices el tono de voz de la abuela conmigo —le dije mientras apartaba su mano.
—Antes pensaba que el nombre de cariño que la abuela te dio era realmente repugnante, pero cambié de opinión, suena bien. A partir de ahora te llamaré Isa, ¿de acuerdo?
—¿Por qué? —Pregunté mientras miraba sus ojos radiantes.
—Creo que suena bien.
—No, lo que quiero decir es, ¿por qué ya no quieres divorciarte de mí?
—¿En verdad quieres saberlo?
—Sí.
Me sujetó por los hombros y lo pensó con detenimiento.
—No lo sé —dijo.
Su respuesta me dejó sin palabras.
—¿No lo sabes?
—A veces hay que ser un poco tonto. ¿Qué sentido tiene llegar al fondo de las cosas para todo? —dijo mientras me empujaba hacía la cama—. Parece que estás deshidratada de tanto llorar, duerme, te olvidarás de todo cuando te despiertes.
— Puede que hasta olvide esa promesa de eternidad que me hiciste.
—No te preocupes, yo te lo recordaré —dijo antes de tomarme en sus brazos.
La temperatura del dormitorio había bajado, los brazos de Roberto eran lo más cálido que había en ese espacio tan frío. No estaba segura si Roberto fuera alguien que hiciera promesas a la ligera, y después de nuestra conversación de hoy, me di cuenta de que no lo conocía tan bien como creía. Sentí su aliento soplándome con delicadeza en la nuca, me hacía cosquillas así que me aparté un poco de él, pero exhaló suavemente de nuevo en mi nuca de forma intencional, me hizo tantas cosquillas que me enrosqué en mí misma, casi me moría de risa.
Me tomó por los hombros y me obligó a girarme, nos miramos fijamente mientras permanecíamos recostados sobre la cama.
—Isabela, ¿no crees que la niña del cabello rizado era muy adorable?
—¿Mmm? —cuestioné y luego me quedé pensando un poco—. Ah, ¿te refieres a la hija del señor López?
—Sí, es bastante regordeta. Es muy divertido jugar con ella —dijo.
Su elección de adjetivos me pareció un tanto discutible.
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