—¿Por qué estás comiendo arroz mal hecho? Podemos pedir comida.
—Pero no sabe tan mal. De hecho, tiene un sabor bastante interesante. Huele, por favor.
Me lo iba a comer si él no lo quería. Él nació con todos los privilegios del mundo y lo habían mimado desde niño. Aunque mi madre nunca me dejó pasar hambre, yo no permitiría que la comida se desperdiciara cuando es perfectamente comestible.
—Baymax —llamé al robot. Roberto me arrebató el plato.
—Me lo comeré.
—¿No te quejaste de que era arroz mal hecho?
—Trato de salvarme, no quiero escuchar tus quejas sobre ser quisquilloso con la comida —me explicó antes de meterse una cantidad enorme de arroz en la boca.
Realizó una actuación formidable. Le serví más carne y ensalada.
—Pruébalo. Dime si te gusta el sabor.
—No es como si tuviera otra cosa para comer —respondió. Quizás estaba enfermo, pero su lengua seguía afilada e implacable.
Estaba bastante segura de que no sabían tan mal. Devoró lo que le serví en unos cuantos minutos.
—Me quedó bien, ¿cierto?
—No sabes lo que es bueno —insistió con descaro mientras seguía engullendo lo que le cociné. No había problema, estaba enfermo. No iba a discutir con una persona enferma.
Nos acabamos el arroz, la carne y la ensalada.
—No esperaba que tuvieras tan buen apetito mientras tienes una fiebre tan alta.
Se apoyó en la cabecera de la cama y me miró con los ojos entrecerrados.
—Ayúdame a llamar a Santiago. Que se comunique con el señor Paredes y el resto de los ejecutivos. Tendremos una reunión aquí.
—Estás enfermo. ¿Por qué tendrías una reunión?
—¿Crees que Empresas Lafuente entra en pausa sólo porque me enfermo?
—¿No tienes hermanos mayores que se ocupen del negocio?
—Tal vez debería dejarles mi trabajo. Entonces puedo lavarme las manos y quedarme tranquilo.
Roberto era una persona muy difícil de tratar. Sin embargo, estaba enfermo, así que al final cedí y lo ayudé a llamar a Santiago. Él no se sorprendió con las instrucciones que le di. Es probable que ya estuviese acostumbrado a las sandeces de Roberto.
Un grupo de personas del Empresas Lafuente llegó a la casa un poco después de las tres de la tarde. Fueron para su reunión con Roberto. Conté cuantos eran; al menos una docena. Le pregunté a Baymax dónde guardaba el té. Les prepararía un poco de té.
Roberto debió escucharme cuando le pregunté sobre el té.
—¿Esperas que mi esposa te prepare té y te lo dé en las manos? —dijo de forma seca. Sus palabras podían cortar el acero.
El señor Paredes, que había estado de pie en la puerta, salió corriendo de la habitación de inmediato.
—Señora, no hay necesidad de molestarse en absoluto. No bebemos té —dijo de forma apresurada.
«Mira lo que acaba de hacer». Los asusto a todos. Eran invitados. Debíamos brindarles una cortesía básica como anfitriones.
—No se preocupe, prosiga con su reunión. Les haré algunas galletas.
—Por favor, no se preocupe. Realmente no hay necesidad de preocuparse, señora.
Todos salieron corriendo de la habitación en ese momento. Sus voces subían y bajaban como olas mientras hablaban unos sobre otros. Era una multitud.
Observé las miradas de terror absoluto en sus rostros. Deben sufrir abuso de forma constante de parte de Roberto.
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