Cuando Abril me llevó a casa, encontramos la sala de estar hecha un desastre.
Mi hermana mayor le estaba llorando a mi madrastra.
-¿Por qué me culpas por no donar sangre a papá? Aunque lo hiciera, no lo hubiera salvado. Se fue así nomás.
Ni siquiera nos dejó un testamento.
—¡Silencio! —mi madrastra le gritó.
-No tiene sentido regañarme. ¿Qué más podía hacer?
Mi hermana mayor seguía llorando, sus gritos volvían loca a la gente por la distracción.
No vi a Silvia en la sala de estar. Abril miró a su alrededor antes de volver corriendo hacia mí.
—Silvia dijo que le duele la cabeza, así que subió a descansar. Tu marido le hace compañía.
Sonreí con ironía, luego fui en busca de nuestro sirviente. El rostro del viejo sirviente estaba lleno de lágrimas. Se aferró a mi mano, sollozando.
—Señora, el viejo maestro nos dejó tan de repente. ¿Qué vamos a hacer? La familia Ferreiro no lo logrará.
-Sr. Muñoz -dije mientras mi mano temblaba entre las suyas—, preparemos el lugar para el velorio. Enviaremos el aviso a continuación y luego prepararemos algunas prendas e insignias de luto.
La casa era un desastre. Mi hermana mayor no podía hacer nada, su esposo estaba en el sofá jugando, mi madrastra estaba llorando y Silvia descansaba arriba. Yo era la única que estaba haciendo algo.
Por fortuna, tenía a Abril. Me ayudó a llamar a la funeraria y a hacer reservaciones para tener un funeral. La gente que debían poner el altar habían llegado. Fui a hablar con ellos.
Tenía dieciséis años cuando falleció mi madre. Mi padre y yo nos habíamos encargado de todo. Todavía recordaba cómo se hacía. Sólo que no esperaba que tendría que planear el velorio de mi papá siete años después.
El altar lo pusieron rápido. Le llevé un álbum de fotos de mi padre a mi madrastra para que escogiera una como su último retrato. Le dio una ojeada y me preguntó.
-¿Cuál crees que sea la mejor?
—¿Por qué no esta? —Apunté una—. Papá tomó esta en su cumpleaños. Es una gran foto.
Mi madrastra estudió la foto y, de repente, levantó los ojos del álbum y me miró fijo. Había una mirada extraña en sus ojos. No tenía forma de describirlo.
-Isabela, estás manejando esto bastante bien. -No entendí lo que estaba tratando de decir y la miré confundida. Frunció los labios y continuó—. Tu padre falleció de repente. Todo el mundo corre como gallinas sin cabeza. Incluso alguien tan sensato como Silvia ha perdido la calma. Eres la única que está haciendo todo con calma. Aquellos que no te conocen pueden confundirte con la persona que mantiene unida a nuestra
familia.
Mi madrastra siempre me había tratado con franca burla y desdén. Me había acostumbrado.
Pero sus acusaciones parecían especialmente irracionales hoy.
Respiré hondo y luego dije en voz baja:
-Alguien tiene que hacer arreglos para el velorio de papá.
-Todavía no estamos seguros de si de verdad eres la hija de tu padre. —Mi madrastra me dio una sonrisa desdeñosa mientras me miraba. Convirtió mi sangre en hielo.
-Tú... -me interrumpió un repentino pinchazo de dolor en mi cuero cabelludo. Me di la vuelta y vi a mi hermana mayor con un mechón de mi cabello enrollado en sus dedos. Acababa de arrancarlo de mi cabeza. Ella estaba detrás de mí, con una sonrisa espeluznante en su rostro.
-Isabela, depende de los dioses decidir si puedes mantener el Ferreiro como tu apellido.
—Hermana, ¿qué estás haciendo? —Froté el lugar de donde acababa de arrancarme el pelo.
-Tu tipo de sangre y el de papá no coinciden. Voy a hacerte una prueba de ADN. Deja de pavonearte como si fueras parte de la familia. ¿Quién sabe? Quizás eres bastarda.
Mi hermana mayor siempre había sido grosera con sus palabras. Mi madrastra solía expresar su descontento por su incapacidad para encajar en la alta sociedad.
Hoy parecía diferente. Cuanto más molesta sonaba mi hermana mayor, más complacida se veía mi madrastra.
Entonces llegaron las ropas de luto y las insignias que había pedido. La Sra. Rosa se los llevó a mi madrastra para que los inspeccionara.
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