No había palabras para describir lo dominante y dictatorial que podía ser Roberto. De hecho, incluso podrías llamarlo irracional. Sin embargo, estaba de acuerdo con él. ¿Por qué debería intentar tanto excusarme? Yo era la directora. Si yo decía que no quería usar la foto, entonces no la usarían.
―No quiero usarla para la publicidad. No me gusta. Eso es todo ―dije sencilla y honestamente.
Todos estaban sorprendidos. Igual Silvia. Probablemente no esperaba que yo hablara tan directamente.
―¿Por qué no te gusta la foto, Isabela? ―preguntó con suavidad.
Insistí a pesar de la timidez que comenzaba a apoderarse de mí.
―Simplemente no me gusta. Fue así en cuanto la vi ―dije, luego sonreí―. Los modelos pueden parecer una relación íntima, pero quién sabe si realmente son pareja, como todos parecemos imaginar. Además, la disposición de la foto es demasiado simplista. Nos traerá problemas durante el proceso de posedición.
Por lo menos eso era algo de lo que conocía y podía hablar con confianza. Después de todo, yo era una artista bastante habilidosa. Me pasaba los ratos libres con la nariz metida en libros de arte. Silvia parecía ofendida por el comentario.
―¿De verdad? Yo creo que debemos buscar la mayor autenticidad si queremos calidad.
―Pues, simplemente no me gusta ―sonreí amablemente―. Yo soy la directora. ¿Acaso no me corresponde tomar una decisión tan nimia como esta? ―Junté las manos―. No retengamos a los demás. El departamento de mercadotecnia y el de planeación volverán a trabajar y le entregarán tres propuestas a mi secretaria esta semana. Eso es todo.
Debía ser la primera vez que hablaba tanto en una junta. Ahora que había dicho lo mío, no parecía tan aterrador como antes. No obstante, eso no significaba que no tuviera las palmas de la mano empapadas de sudor frío. Todos comenzaron a mirarse entre sí. Silvia se quedó callada un momento, luego sonrió y asintió.
―De acuerdo. Entonces, aquí termina la junta.
Todos se fueron, excepto Abril, mi secretaria y yo. Me hundí en la silla. Podía sentir que me sudaban las plantas de los pies. Dos dedos pulgares aparecieron justo frente a mi nariz. Sentía el cuerpo como gelatina.
―Eso fue espantoso.
―Sólo fueron unas cuantas palabras. ¿Qué tiene de espantoso? ―Abril me dio un empujón y dijo―: ¿Tienes que ser tan dramática?
―Eso fue increíble. El primer paso siempre es el más difícil ―dijo la secretaria―. Nadie volverá a llamarle «directonta» a la directora.
Debió creer que había hablado de más y se había pasado de la raya porque juntó las manos sobre la boca de inmediato después de decir eso. Sin embargo, yo lo sabía. Le sonreí con impotencia.
―Ya sé. Nadie en la compañía me respeta.
―Pero lo hizo bien hoy. Por lo menos, tomó la palabra.
―Silvia fue demasiado lejos. No puedo creer que intentara usar una foto de ella y Roberto como publicidad para Isla Solar. ¿Qué intentaba hacer? ¿Creyó que era una especie de sesión fotográfica de bodas? ¿Una pareja hecha en el cielo? ¡Mi pie! ―gritó Abril.
De verdad era ruidosa. Como medida preventiva, hice que la secretaria cerrara la puerta del salón de juntas. Me quedé sentada un largo rato antes de por fin apoyar las palmas sobre la mesa y levantarme.
―¿Necesitas que te cargue a caballito? ―bromeó Abril.
―No deberías decir eso. Le costó mucho a la directora dar el primer paso. Ya mejorará.
―Oye, Isabela, ¿qué te motivó a dar ese difícil paso? ¿Fueron los celos?
Abril me dio un codazo en el costado mientras preguntaba. La fuerza me lastimó.
―Nada más no me gustaba la foto. Es así de simple.
―Claro que es así de simple.
Abril estaba dándole demasiadas vueltas. Honestamente, sólo no me gustaba la foto. Volví a la oficina. Creí que Roberto estaría ahí. Sin embargo, la secretaria me dijo que se había ido. ¿Él me había alentado para expresar mi opinión? ¿Iba a permitir que usaran una foto de él y Silvia para la publicidad de Isla Solar si yo no hubiera expresado mi desacuerdo? ¿Entonces las calles estarían llenas de su foto?
Fue un día ajetreado. Había muchas cosas que tenía que atender en el trabajo. Durante los descansos, tenía que trabajar en la estatuilla de jade que planeaba darle a Roberto por su cumpleaños.
Abril me preguntó qué estaba tallando. Le conté. Se acercó y miró el jade en mis manos.
―¿Por qué gastas tanto tiempo en esto? Puedes comprarle un par de mancuernillas o un pisacorbatas.
―Esos no son regalos sinceros.
―¿Cuándo ha sido la sinceridad parte de tu relación con él? ―preguntó Abril.
Estaba de rodillas, con la cabeza ligeramente inclinada mientras me miraba. La empujé.
―Estoy trabajando. Ten cuidado. Podrías cortarte con la navaja.
Llegó la hora del almuerzo. Abril tomó su recipiente, se sentó frente a mí y comenzó a devorar su comida. Levanté la mirada y la encontré observándome con atención.
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