Abril llegó justo cuando Roberto estaba a punto de obligarme a beber el segundo vaso de agua. Se veía muy mal, nunca había parecido tan frágil y vulnerable.
—Isabela —sollozó al entrar. No había notado a Roberto, quien estaba de pie junto a mi cama. Casi chocó con él.
—Roberto —dijo aturdida—, ¿por qué estás aquí?
—Abril —replicó, estudiando su apariencia, que debió hacerle cierta impresión—, ¿viste un fantasma, o algo?
En otras circunstancias habrían comenzado a discutir de inmediato, pero no el día de hoy. Ella había perdido toda su voluntad combativa.
—Isabela —dijo, sentándose en mi cama al tiempo que se arrojaba a mis brazos. Roberto la quitó antes de que pudiera consolidar su abrazo. Abril lo miró interrogante.
—¿Qué estás haciendo?
—No deberías arrojarte sobre cualquier persona.
—Isabela no es cualquier persona.
—¿Sabes lo que puede pasar si haces eso con una mujer embarazada? —dijo él con una fría sonrisa.
—¡Isabela!, ¿estás embarazada? —me miró tontamente, como un venado que queda aturdido frente a los faros de un auto.
—No —la calmé. Sólo Roberto podía causar una tormenta en un vaso de agua. Oculté mi rostro detrás de las manos y susurré a Abril—: de verdad que no.
—Roberto, ¿estás demente? —saltó entonces, alejándolo con un empujón— ¿Tanto quieres tener hijos que perdiste la cabeza?
—Podríamos hacer una prueba y terminar con esto —dijo Roberto antes de entregarme la prueba. Si no lo hacía, perdería la paciencia. Por suerte, sentí la urgencia de ir al baño, así que fui y tomé la segunda prueba.
—Isabela, te acompañaré —ofreció Abril. Se dispuso a seguirme, pero él la detuvo.
—Tú quédate afuera.
—¿Por qué?
—No puedo permitir que cambien de lugares y tú seas la que orine en la prueba —resopló—. Quédate aquí conmigo.
—¿Tienes complejo de persecución?
Era obvio que estaba siendo demasiado paranoico.
Tomé la prueba y los resultados fueron los mismos. Entonces cogí el vaso de plástico y se lo di. Si no le daba asco mi orina, podía examinarla a su gusto. Fiel a su esencia perversa, no lo encontró repugnante, y de hecho estudió el vaso con la orina durante un largo rato.
—¿Qué, vas a probarlo para ver si es cerveza? —se mofó Abril con los ojos en blanco.
—Qué asquerosa eres —dije, dándole un codazo, tras lo cual me dirigí a Roberto—... Te lo dije, sólo una barra. Era malestar estomacal, no estoy embarazada.
Él se quedó inmóvil antes de abandonar la habitación. No supe si estaba decepcionado, aunque supuse que deseaba tener hijos, ya que nunca pareció disgustarle la idea.
—¿Se volvió completamente loco? —inquirió Abril una vez que estuvimos solas. Había olvidado su tristeza—. ¿Qué lo hizo creer que estabas embarazada?
—Vomité la cena y se puso paranoico —apunté.
—Yo también vomité mi cena, pero a mí no me obligó a hacerme una prueba —expuso, y su rostro volvió a oscurecerse—. Isabela, todo se siente tan irreal... ¡Cómo desearía que pudiera despertar por la mañana sabiendo que todo fue un sueño!
—Tienes razón. Sería genial que todo fuera un sueño —convine. Había pensado exactamente lo mismo cuando mi propio padre falleció. La vida, sin embargo, no era color de rosa, y nada había cambiado cuando desperté.
Abril y yo nos quedamos calladas durante un rato. Nos acurrucamos, buscando algo de calidez y consuelo. En épocas difíciles, preferíamos no decir nada. Yo era su compañía silenciosa, tanto como ella lo había sido para mí cuando mi padre murió.
—Isabela, mañana entregaré mi carta de renuncia —murmuró Abril—. No podré estar contigo todos los días.
—Estaré bien.
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