—¿Por qué dejaste que otra persona usara el vestido que elegí para ti? ¿Por qué dejaste que tuviera el mismo peinado que tú? —preguntó mientras caminaba hacia mí. No tuve más remedio que apartarme de él.
-Nina fue quien se llevó el vestido.
—¿Y la dejaste así como así? ¿Permites que todos te quiten lo que es tuyo? -gritó.
—No es como si fuera algo importante -dije. Me había arrinconado y me quedé sin lugar para correr. Podría saltar por la ventana, pero estaría echándome un clavado al mar.
-¿Qué es importante para ti exactamente?
Hubo un matiz de vergüenza en mi voz cuando dije:
-¿Por qué estás tan enojado? No mencionaste que tenía que usar ese vestido.
-Esto no tiene nada que ver con el vestido. ¿Sabías que sus dedos seguían rozando mi palma mientras yo sostenía su mano? Pensé que te habías vuelto loca y estabas tratando de coquetear conmigo. Se la presenté a mis amigos y entonces ella me llamó su esposo. Cuando escuché su voz, fue cuando me di cuenta de que algo estaba mal.
La escena de lo que probablemente había sucedido pasó por mi cabeza e imaginé que debió ser muy gracioso. Entonces, Roberto pensó que Nina había sido yo.
-Eso no es gran cosa. Nina también es muy bonita.
Entrecerró los ojos y eso por lo general era una señal de algo peligroso.
Me agarró por los hombros y asintió.
-Bien. Muy bien.
Él se alejó. Debió haber olvidado lo alto que era y lo pequeño que era el marco de la puerta y chocó directamente en el marco lo que generó un ruido sordo. Su cabeza debió estar hecha de metal. Fue un golpe muy
fuerte.
Corrí inmediatamente. Presionó su mano en su cabeza con furia y gruñó:
-¡Isa!
¿Qué? No fui yo quien le dijo que se golpeara en el marco de la puerta. ¿Por qué estaba gritando mi nombre?
Aparté su mano. Tenía un gran bulto en la frente. Se estaba hinchando y era muy notorio. Me recordó a las caricaturas, cuando Tom perseguía a Jerry y luego de alguna manera chocaba con un árbol. Luego, un gran chipote se hincharía en su cabeza, fue lo mismo en la cabeza de Roberto.
Estuvo mal reírme de él, pero no pude evitarlo. Estaba enfurecido, pero debió sentirse mareado porque paró de gritarme.
Lo llevé hacia mi cama y conseguí que se sentara.
-Iré a buscar el botiquín de primeros auxilios -dije.
—Está en el segundo cajón al lado de la cabecera de la cama —dijo mientras se recostaba en la cama con los ojos cerrados.
¿Cómo lo supo?
Abrí el cajón. El botiquín de primeros auxilios estaba adentro. Este no era el momento de pensar por qué sabía dónde estaba. Saqué el kit, encontré el spray antiinflamatorio y le rocié la frente un par de veces con el spray.
Se acostó en la cama con los ojos cerrados mientras yo frotaba el exceso de líquido en su frente con almohadillas de algodón. Sus pestañas eran largas y rizadas y cuando no le gritaba a la gente ni se enojaba, parecía un niño encantador y obediente.
Tenía un rostro tan hermoso, uno que pertenecía a las páginas de un cómic japonés, pero iba acompañado de un temperamento muy horrible. No hacían match absoluto. De repente extendió la mano y me tiró hacia abajo.
Presionó mi cabeza contra su pecho.
-Quédate conmigo un rato.
Su brazo era como los barrotes de hierro de una celda de prisión, envolviéndome e impidiéndome escapar.
No tuve más remedio que acostarme junto a él, mi mejilla presionada contra su pecho. Podía escuchar con fuerza los latidos de su corazón.
-Tu corazón está latiendo -le dije. Esto fue demasiado incómodo. No pude encontrar algo más de qué hablar.
—No estoy muerto —dijo malhumorado.
Eso estuvo bien. Había dicho algo verdaderamente superfino.
Roberto me abrazaba y yo me apoyaba en su pecho. Cualquiera que viera este espectáculo pensaría que éramos una pareja casada y amorosa.
Sin embargo, mi sensación era que a Roberto parecía gustarle estar cerca de mí. Estuvimos en la cama por un rato antes de que finalmente sintiera ganas de levantarme.
Me sujetó y no me soltó.
-¿A dónde planeas ir?
-¿Te sientes mejor? Si es así, sal.
-¿Alguien que conozcas fuera? -preguntó con una sonrisa triste.
—¿Por qué decidiste organizar esta fiesta en yate?
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