-¿Eh? -dijo él mientras me miraba con incredulidad.
Pocas cosas sorprendían a Roberto. Asentí y dije:
-Qué impresión, ¿no? Deberías intentar hablarle bonito a Abril más seguido.
-Arturo es quien se lo pierde si no hace negocios conmigo.
-No le digas a Abril sobre Arturo.
-Ruégame que no lo haga -dijo, sus ojos resplandecían.
-Te lo ruego.
Pareció aburrido.
-No eres nada divertida. Me rogaste inmediatamente en cuanto te lo dije.
—¿No me pediste que lo hiciera? ¿A los hombres no les gustan las chicas sumisas?
—Lo que haces no es sumiso, es no tener personalidad.
Está bien. No tenía personalidad. Asentí, luego sacudí la cabeza.
-Sí tengo personalidad. No tener personalidad es mi personalidad.
Al decir eso, me di cuenta de que acababa de decir algo gracioso. Al instante, me eché a reír.
-Algo me dice que tu madrastra te va a comer viva muy rápido.
La mención de mi madrastra me hizo sentir indiferencia.
Roberto me dio una palmada en el hombro y dijo:
—¿Tu padre no me dio la indicación de que te enseñara sobre su testamento?
-¿Y?
—Te pagaré el doble del precio de mercado por el 5% de tus acciones, ¿qué te parece?
Si no fuera por el hecho de que me sentía tan cansada, de verdad hubiera querido encajarle los dientes. Todavía me estaba hablando de negocios.
—No voy a vender las acciones de mi padre. Sobre mi cadáver. Ya ríndete.
Me tiré nuevo a la cama y jalé las sábanas. Esta era la primera vez que pasaba la noche en un barco. La idea de estar recostada en el mar en vez de la tierra me provocaba sentimientos peculiares. Me quedé dormida. Cuando desperté en mitad de la noche, no vi a Roberto recostado junto a mí en la cama. Lo encontré en la cubierta. Estaba de pie en su pijama azul, solo en la brisa. Una lámpara solitaria brillaba encima de su cabeza. Hacía que toda su figura brillara. Roberto parecía caer en extraños momentos de depresión. ¿Qué le preocupaba? ¿Era la compañía? ¿O era sobre sus relaciones personales? Podía tener lo que quisiera. Si quisiera a Silvia, sólo tenía que decírselo. Ella volvería corriendo a su lado. Yo estaba segura de eso.
En cuanto a Santiago, también estaba segura de que él estaría dispuesto a quedarse con él. Pero si él los quisiera a los dos, quizás Silvia no sería tan complaciente. No se debe ser tan codicioso. Como yo, no era nada codiciosa. Estaba dispuesta a dar todo lo que tenía para volver a tener a mis padres. Sólo los quería a mi lado. Y, por supuesto, a Abril y a Andrés.
Me desperté a la mañana siguiente bajo el resplandor del sol. No habíamos cerrado las cortinas. Desde afuera, la luz se reflejaba sobre la superficie del mar y bañaba el cuarto con un brillo cegador. Apenas podía abrir los ojos.
Roberto no estaba en el cuarto. Sólo yo. Me lavé y salí para buscar algo qué comer. Encontré a Roberto y a Arturo en mitad del desayuno. Arturo me saludó con la mano y dijo:
-Isabela.
Me acerqué. Arturo llevaba una camisa de rayas azules, blancas y grises verticales. Era de corte suelto y de talla más grande. En conjunto con su figura alta y delgada, la camisa se le veía genial. Si fuera alguien más quien la
usaba, hubiera parecido un paciente de un psiquiátrico.
—Señor Prado -lo saludé cortésmente.
-Puedes llamarme Arturo.
—Si no te molesta, te llamaré señor Prado -le respondí.
De repente pensé en Abril. ¿Cómo se supone que le llamara ahora que le llamaba señor Prado a su novio? Todo esto era muy problemático. Él sacó una silla para mí como todo un caballero. Su sonrisa era más radiante que el sol.
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