Eran llamadas del hospital. Ella no estaba de guardia, ni era Doctora de la sala de emergencias. Nadie la llamaría en medio de la noche. «Entonces, ¿por qué el hospital me llamó tantas veces? ¿Podría ser...?».
En ese instante, un pensamiento horrible la golpeó y en ese momento saltó de la cama.
—¡Mateo, Vivi, es hora de despertar! ¡Nos vamos de vacaciones hoy! Dense prisa o vamos a llegar tarde.
Corrió a la habitación de los niños para despertar a sus hijos. Viviana se quejó:
—Mami...
Sintiéndose aturdida, era reacia a abrir los ojos. En contraste, Mateo estaba completamente despierto ante la mención de «vacaciones».
—¿Vacaciones? Mami, ¿a dónde vamos? ¿No necesitas trabajar?
—Bueno, me voy a tomar unos días libres para llevarlos a Jetroina. Ya reservé los vuelos para darles la sorpresa. ¡Despierten ya!
Alexandra sacó a Viviana, que todavía estaba durmiendo, de la cama mientras respondía a las preguntas de Mateo. Al ver eso, el niño rápido se bajó de la cama. Veinte minutos después, los tres estaban listos para partir.
Bzz... Bzz...
En ese momento, el teléfono de Alexandra vibró. Era una llamada de Perla.
—¿Hola?
Perla balbuceó por teléfono:
—¡Oh, Nancy! ¿Qué está pasando? Tu consultorio está lleno de personas que escudriñan el lugar. Creo que te están buscando. Te tomaste una licencia de repente y ahora, el hospital está en caos. ¿Qué pasa? ¿Ofendiste a estas personas?
La cara de Alexandra se puso pálida por sus palabras.
—No es nada. Querían que tratara a un paciente, pero me negué. Solo están buscando el expediente del paciente en mi consultorio. No te preocupes, todo está bien. Como ya buscaron el informe por ellos mismos, deberías irte.
—¿En serio? —Perla preguntó dubitativa.
Sin molestarse en responderle, Alexandra colgó la llamada. Se le estaba acabando el tiempo y no había necesidad de explicarle a su amiga.
Subió a sus hijos al auto y luego se dirigió hacia el aeropuerto.
Estaba decidida a no exponer su identidad. No solo era reacia a volver a encontrarse con ese hombre, sino que no le haría saber sobre la existencia de los niños porque en definitiva se los arrebataría.
Sabía bien que no tenía ninguna posibilidad contra un hombre que poseía uno de los imperios comerciales más grandes del mundo.
Alexandra agarró sus pasaportes y se dirigió al quiosco de check-in de autoservicio.
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