( 18) SWEET CANDY y DARK SHANE - SEX HARD romance Capítulo 32

— ¿Qué? Pero si hay demasiada seguridad ahí— decía ella con confusión en el rostro pero caminando a paso rápido junto a nosotros, yo prácticamente corría, esos imbéciles de piernas largas y yo aquí tan recortada— ¿Estás seguro de lo que dices?

— Que sí, maldita sea. Leonardo llamó y dijo algo sobre una explosión— Llegamos a la entrada y me esforzaba en respirar, él estaba prácticamente corriendo— Muévete rápido, Verónica, si no quieres que te lleve por el pelo— me amenazó y aceleré mi marcha.

— ¿Pero por qué tengo que ir yo?— Carish parecía una cría y recordé lo que Eder me dijo: la mantenían aparte de todo, ella sólo se ocupaba de ser bonita, follar y gastar el dinero. George la miró con fastidio cuando el seguridad nos abrió la puerta de la camioneta. Entré de primera empujada por George y más atrás su hermana con ganas de llorar— Me estaba divirtiendo, Gigi— ¿Gigi? ¿Le decía Gigi al psicópata tatuado que me violaba sin meditar? Quise reír, me esforcé por no hacerlo.

— No me llames de esa puta forma si no quieres que te volteé la mandíbula de un golpe— la amenazó calmado, eso fue aterrador— Sabes que no es mi culpa el que no te quieran en el club sin mi vigilancia— ella resopló y se cruzó de brazos— Tienes un serio problema para acatar las normas, si un sumiso tiene su Dominante no te le puedes acercar. Llevas años en esto y no te esfuerzas ni un poco por respetar. Si papá--

— Sí, George, ya entendí. Soy una idiota. No sigas— Era la primera vez que le escuchaba ese tono de dolor en la voz, no resistí la curiosidad de ver su rostro: Estaba seria y con los ojos brillosos, miró hacía la ventana cuando se dio cuenta de mi mirada sobre ella y el silencio reinó.

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Llegamos al Taller-una especie de depósito viejo rodeado de árboles y metido en medio de un laberinto- y estaba rodeado de guaruras vestidos de color negro, armados hasta los dientes. De la parte trasera del lugar salía humo ennegrecido y varios cuerpos estaban apilados en un extremo.

Mis ojos se abrieron como platos al ver a los muertos, no era algo normal para mi. En el pueblo donde crecí las muertes eran tan esporádicas que sorprendían y raro era el caso de asesinato, además que no cualquiera tenía una pistola, normalmente eran machetes o piedras e incluso golpes las armas usadas.

George vio mi gesto y apretó mi rostro haciendo que lo mirara, estaba serio y sus ojos destilaban maldad

—No veas más de lo que debes sino quieres terminar en ese montón. No preguntes ni hables con nadie. No te separarás de mi lado y no soltarás mi mano, ¿Quedó claro, Verónica?— el mentón me dolía y sentí las lágrimas en mi rostro.

—Sí, señor.

—Déjala en paz, salgamos de esta mierda rápido. Este lugar me trae malos recuerdos.

Carish bajó lanzando la puerta y George la siguió con la mirada, algo en sus ojos... ¿Tristeza?¿Preocupación? Lo que fuese se borró de inmediato. Bajó y me tomé esos tres segundos de soledad para respirar, apreté mis manos y sentí las uñas en mis palmas

—Baja— ordenó y obedecí. Me dio la mano prácticamente apresándome y llevándome a su lado hasta acercarnos a un montón de hombres.

—¿Qué mierda pasó, Leonardo?¿No tenían esto controlado?— dijo con dureza dirigiéndose a un hombre moreno con la mirada inquieta.

—Señor, algo pasó, no sabemos qué aún, pero al parecer fue una fuga.

—¿Una fuga?¿Una maldita fuga causó que hayan 5 muertos?— Leonardo se encogió de hombros, parecía muy temeroso para ser tan alto— ¿Revisaron los cuerpos?¿Quienes eran?

—No, señor. Están muy chamuscados— dijo con una mueca, agradecí que la atención de George estaba en otra cosa para poder mirar un poco sin ser detectada— Eran Franco y Tobías, señor. Estaban en la ronda. Las otras fueron tres de las mujeres, nadie más.

¿Mujeres? Recordé que entre los delitos de los Rey estaba el tráfico de blancas. ¿Es posible que...

—Camina— me arrastró hasta acercarnos a los cuerpos, me retorcí ganándome una mirada de advertencia y contuve la respiración tratando de no inhalar el putrefacto olor de carne calcinada.

De un lado estaban tres cuerpos femeninos, parecían estar en sus veintes y no tenían más que pequeños pedazos de una braga y un poco de brasier encima, no miré más, no quería llevarle tarea de sobra al psicólogo que seguramente debo de ver cuando esto acabe.

Del otro lado dos cuerpos masculinos, uno delgado y otro más corpulento. Tenían trozos de ropa negra y los identifique como guardaespaldas al igual que los demás. Aunque algo me decía que todo esto tenía mucha tela que cortar. Lo curioso es... No estaban tan quemados como las otras.

George me soltó y sentí la sangre correr por mis dedos, cuando me quedé perpleja viendo cómo se agachaba en medio de sus dos soldados. Acercó su rostro mucho al de ellos y de un momento al otro se puso de pie. Su cara parecía la de un maniático.

—Imbéciles. Estos dos tienen balazos. ¡Busquen quién coño mató a mis hombres y me lo traen! ¡YAA!— gritó cuando todos se congelaron. De repente empezaron a moverse como hormigas y George volvió a agarrar mi mano con fuerza para caminar hasta otro lugar— Incompetentes de mierda, debería fusilarlos a todos y terminar con mi puto castigo— murmuraba para sí mismo y casi corría a su lado, que bueno que los tacones eran cómodos.

Entramos a la parte frontal del Taller. habían cuatro puertas dentro y la pintura de las paredes estaba desconchada. Atravesamos la segunda y encontramos un largo pasillo.

El olor a orina y heces llegó a mi nariz, era tan desagradable que hice todo lo posible por no vomitar. Puertas en cada extremo, una frente a la otra, me hicieron suponer que aquí era donde estaban las mujeres secuestradas.

—¿Donde están?— gritó George contra un barrigón de aspecto sucio que cumplía como guardia, tenía un arma automática en la barriga y abrió los ojos con miedo al ver a su jefe.

—En... el patio, señor.

Me arrastró hasta el final del pasillo donde había una puerta más grande que las anteriores, la empujó y del lado contrario estaban dos hombres recostados y mirando a todos lados con expresiones serias.

—Señor— saludó uno a mi acompañante, el más valiente al parecer.

—¿Como van, Ronaldo?

—Están nerviosas, señor. Las muertas fueron la morena esa, Michelle. También Mageta y pues, usted sabe que Ana estaba emba--

—Suficiente— George se pareció acordar de mi presencia y acalló al hombre. Cerré mis ojos, saber que tenían mujeres retenidas bajo su voluntad, y que algunas estaban embarazadas, mierda... Era mucho para mi.

—¿Qué cantidad de producción se perdió?— Sí, a él le importaba más la droga perdida que las vidas perdidas. Era algo normal viendo quien hablaba. El maniático Jeffrey.

— 6 kilos y medio, señor.

—Jodida mierda...-murmuraba George frotándose el puente de la nariz.

32- EL TALLER 1

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