Con el corazón martilleando contra sus costillas, Josephine dejó su tinaja en el suelo, como si quisiera descansar. Rápidamente metió la mano en su túnica y sacó un polvo que siempre llevaba "por si las dudas", el cual espolvoreó en el rostro de sus hijos mientras fingía acariciarlos. Era un inhibidor de olor.
—¡Te estoy llamando, druida! —gritó el hombre, reconociendo a Josephine por su túnica verde con capucha, el color distintivo de los druidas especializados en pociones.
Josephine se volvió lentamente, manteniendo a los niños parcialmente ocultos tras su cuerpo.
—Buenos días, señores —saludó, bajando la mirada como correspondía a una simple druida de las Tierras Bajas ante la autoridad—. ¿En qué puedo ayudarlos?
El capitán se acercó, escrutándola con ojos entrecerrados. Llevaba una lista en la mano donde también figuraban nombres de mujeres.
—¿Nombre?
—Josephine Fletcher, druida del Círculo de la Niebla.
El hombre consultó su lista, y Josephine sintió que el tiempo se detenía. ¿Y si no solo buscaban Omegas fugitivos? ¿Y si también perseguían a druidas que estaban ayudando a esos Omegas? ¿O si Lady McTavish quería matarla después de tantos años? Si su nombre estaba allí... ¿Sería posible que hubieran descubierto que tenía dos niños? Si hacían las cuentas... sería su fin... ¿Acaso todavía querían algo de ella?
Pero el capitán pasó la página sin reacción alguna, y luego su mirada se posó en los niños.
—¿Estos son...?
—Mis aprendices humanos —se apresuró a mentir Josephine, evitando decir que eran sus hijos por si descubrían que eran lobos—. Los instruyo en las artes druídicas.
El capitán frunció el ceño y se inclinó para observar mejor a Zacary, cuyo rostro era una copia en miniatura del de Malcolm.
—Este chico me resulta familiar. ¿Es humano? —murmuró, bajándose de su caballo y extendiendo una mano hacia la barbilla del niño para examinar su rostro, moviéndolo de un lado a otro.
Josephine contuvo el aliento, petrificada. Todo lo que había construido podía desmoronarse en ese instante. Once años de secretos, de protección, de vivir con el miedo constante. Los amuletos y sus pociones podían ocultar la esencia de sus pequeños, pero no podían cambiar sus rasgos.
Fue entonces cuando ocurrió algo inesperado.
Un jinete solitario se aproximaba a toda velocidad, montando un magnífico caballo de color azabache. Vestía ropas oscuras y elegantes, con el emblema plateado de los McTavish en el pecho, y una capa púrpura ondeaba tras él que dejaba en claro su rango.
Los guardias se irguieron de inmediato, y el capitán olvidó momentáneamente su interés en Zacary.
—¿La revisaste?
—Su nombre no figura en la lista —declaró el capitán en jefe de inmediato—. Sin embargo, no parece haber vivido en el Distrito de las Sombras; tiene color en las mejillas. No es de las que estamos buscando.
—Cierto... —murmuró Malcolm, mirando alrededor mientras Josephine se levantaba lentamente con la ayuda de sus hijos. Zacary observó a ese hombre con rabia; el niño no veía el parecido que tenían, solo veía a un lobo arrogante y cruel que había lastimado a su madre.
Malcolm los miró de reojo y, cuando intentó examinar a Zacary con más detenimiento, Josephine se acercó y cubrió al niño con su capa, protegiéndolo.
—Regresemos al monasterio, niños... —dijo Josephine, conteniendo las lágrimas. Zacary se apartó y, desobedeciendo a su madre, cargó la tinaja. Esta vez, Josephine no lo detuvo. Lyra miró a Malcolm con desprecio antes de tomar la mano de su madre.
Malcolm los ignoró por completo y se dirigió al resto de presentes.
—¿Qué están mirando? —espetó con mala gana—. ¡Todos pónganse en fila para revisarlos, rápido! —gritó y luego, sin poder evitarlo, se volvió para observar a la mujer y los dos niños que se alejaban una vez más.
Él no reconoció a Josephine. ¿Cómo podría? Le habían borrado la memoria y arrancado el lazo que compartían, algo posible mediante magia druida muy avanzada, o al menos eso decían. Lo cierto era que él no tenía idea de que ella era su Josie, su "druida dorada" ni que esos niños eran sus hijos, al menos, por ahora…

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