—No pasa nada, ¿ahora sí puedo agregarte?
Lorenzo le sonrió y Fátima, sin perder tiempo, escaneó su código QR y lo agregó en WhatsApp.
—Doctor Lorenzo, ¿cuánto te debo en total? Te hago la transferencia.
—Lo que tú consideres justo.
Fátima lo miró sorprendida.
—¿Eh? ¿Así nada más?
Parecía que a Lorenzo de verdad no le importaba el dinero del celular. Apenas lo agregó a WhatsApp, una enfermera vino a llamarlo y él se fue sin más.
Fátima no podía evitar sentirse un poco confundida.
Si no le importaba el dinero, ¿por qué insistió tanto en que lo agregara a WhatsApp?
Pensó que, tal vez, él temía que ella le quedara debiendo y se desapareciera.
Durante esos días en el hospital, la mayor parte del tiempo era Lorenzo quien le llevaba la comida. Fátima sentía un poco de pena por eso.
Lorenzo le dijo que encontrarse con alguien del mismo país en tierras extranjeras era cosa del destino, así que ayudarla le nacía de corazón.
Gracias a su apoyo, Fátima se recuperó muy bien.
—Doctor Lorenzo, de verdad te agradezco todo lo que hiciste por mí estos días.
—No hay de qué.
Lorenzo, con toda naturalidad, se acomodó los lentes.
—Somos paisanos, no tienes por qué agradecerme.
Ya le había dicho esa frase varias veces, y a Fátima le daba risa cada que la escuchaba.
Lorenzo la acompañó hasta la salida del hospital y le preguntó:
—¿Hoy regresas a tu país?
—Sí, el permiso termina mañana y en el hospital hay mucho trabajo esperándome.
Fátima hizo una pausa, lo miró y sonrió.
—Por cierto, no me había presentado bien contigo, también soy doctora.
Lorenzo soltó una sonrisa.
—Qué coincidencia, entonces después podremos platicar más de medicina cuando haya chance.
Fátima asintió.
...
En Suecia, Enrique miraba la pantalla de su celular, perdido en sus pensamientos. No era común en él quedarse así, pero desde el día en que se separaron, Fátima y él no se habían vuelto a escribir.
Eso era algo muy poco habitual.
Fátima era de esas personas que siempre compartían todo. Hasta cuando iba de camino al trabajo y veía una hoja bonita, le tomaba foto y se la mandaba, aunque a él le pareciera irrelevante o ni supiera qué responderle.
Enrique nunca fue de los que se enredan con cosas así; si no sabía qué decir, simplemente no contestaba.
Pero ya había pasado casi medio mes desde la última vez que hablaron, y Fátima no le había enviado ni un solo mensaje. Eso no era propio de ella.
Conociéndola, en una ocasión como esta, viendo una aurora tan impresionante, debería haberle mandado alguna foto para compartirlo.
¿Será que estaba molesta?
¿Tal vez porque él la dejó para irse a ayudar a Pilar?
Si ese era el motivo, le parecía absurdo. Era una emergencia, ¿cómo podría él quedarse de brazos cruzados?
Mientras pensaba eso, la expresión de Enrique se endureció, frunciendo el ceño sin darse cuenta.
—Enrique, ¿qué estás pensando? Ven a tomarme una foto.
Pilar, con la cámara en mano, se acercó corriendo. Al ver que Enrique seguía mirando la pantalla del celular, la sonrisa de Pilar perdió su brillo por un segundo, pero de inmediato volvió a su actitud de siempre.

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