El ambiente en la villa se hizo solemne.
Pablo inspeccionó los botes y la indiferencia en sus ojos creció.
—Así que estás haciendo todo esto por mí, Sra. Marcos. Te he juzgado mal.
Susana no era idiota, podía sentir el ridículo en su voz y en su expresión.
Con un movimiento casual de su mano el mayordomo, que estaba su lado, se acercó y se llevó los botes de medicinas.
-¿Le estás pidiendo al mayordomo que se los lleve porque... no te los quieres tomar? -preguntó ella sonando un poco culpable, sintiendo que él no parecía feliz con ello.
Con una leve sonrisa en los labios, dijo:
—Vamos a comer.
Su voz era baja y helada, haciendo que Susana se sintiera como si el aire a su alrededor su hubiese vuelto helado.
«Parece que él está cabreado de verdad» pensó ella mientras mantenía unidas las manos con nerviosismo. No parece una buena idea si salgo a buscarle suplementos en nuestro segundo día de matrimonio, creo. ¿Piensa que lo hago porque lo desprecio?».
De repente, se acordó de que Helena le había mencionado que la gente discapacitada tenía baja autoestima y no podía evitar echarle la culpa por ello. «¡Esa mujer! ¿Por qué me ha dado esto cuando sabía que los discapacitados tienen problemas de autoestima?».
Sin embargo, ella también estaba equivocada por no pensarlo.
-Vamos a comer —repitió con una voz ronca.
Cogiendo su tenedor con ansiedad, Susana empezó a escarbar en lo que para ella era una comida rompe nervios y deprimente.
Tras el almuerzo, el mayordomo se acercó a ella y la informó:
-Señora, el Sr. Juan acaba de llamar y ha pedido que tú y el Sr. Pablo cenéis con él en su casa esta noche. El chófer te recogerá después de clase, así que no deberías hacer planes para luego.
-Lo pillo -continuó Susana con una sonrisa amable— No tengo ningún otro plan de todos modos.
Cuando sonrió, sus ojos se iluminaron haciendo que su mirada resultara sincera y adorable, produciendo en los demás el sentimiento de que era muy ¡nocente.
Luego, cogió su mochila y se despidió de Pablo:
—Me voy ahora.
Cuando estuvo fuera de vista por completo, el mayordomo se acercó por detrás a Pablo con amabilidad.
-He enviado las recetas para los análisis de contenido. El informe estará pronto. -Luego no pudo evitar añadir-: No creo que la Sra. Marcos sea una persona tan intrigante.
Lanzando una mirada en la dirección por la que ella se había ido, Pablo le dio instrucciones:
-Investiga al médico que la invitó a comer.
El mayordomo apretó los labios con fuerza antes de decir:
-Manuel mencionó que las recetas se las dio una amiga. Creo que su amiga es incluso más sospechosa.
Antes de que pudiera terminar, el aire helado de Pablo fue suficiente para interrumpirlo a media frase.
Con una leve sonrisa dijo:
—¿Hay algún problema si quiero investigar al hombre que invitó a mi mujer a almorzar?
-No...ninguno en absoluto.
Tras la clase, Susana vio al momento a Manuel esperándola en la puerta principal con un increíble y ostentoso Rolls Royce aparcado cerca cuando ella salió de la escuela y su corazón encogió.
Con pasos rápidos, corrió hacia él y le ordenó:
-¡Vámonos rápido! «¡Si alguien me ve metiéndome en un coche de lujo se inventarán todo tipo de rumores!».
Sin embargo, cuanto más se preocupaba ella por algo, más fácil era que ocurriera.
Al momento de entrar en el coche, vio con claridad la mirada estupefacta de su compañera de clase Inés Casanueva a través de la ventanilla.
«¡Maldita sea!» pensó con tristeza.
Similar a la emisora de la escuela, cualquier cosa que Inés supiera lo sabría toda la escuela en un día.
—Siéntate bien.
Justo cuando estaba preocupada en cómo salvar la situación, una voz baja y masculina se escuchó cerca de ella y ella giró la cabeza por la sorpresa.
El hombre con el trozo de tela negro en los ojos estaba sentado inmóvil en el asiento trasero junto a ella.
—¿Por qué estás aquí? —le preguntó ella sorprendida.
«¿No se supone que Manuel me recogía para cenar con el abuelo?»
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