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Amor profundo escondido de él romance Capítulo 16

"Mire jefe, ahí va la doctora Treviño".

El chofer, a quien recién se la habían presentado en el hospital, inmediatamente reconoció a la mujer. "Señor, ¿no cree que deberíamos llevarla para que no se moje?".

En el asiento trasero, Theodore frunció los labios impasible y cuando el semáforo se puso verde, desvió la mirada con determinación. "No hay necesidad".

Emmett se estremeció sin decir nada y pisó el acelerador dispuesto a seguir su camino.

Llovía como si se fuera a caer el cielo y los rayos rugían en la bóveda celeste iluminando los edificios con sus luces eléctricas. Parecía que alguien, desde arriba, estaba tratando de lavar la ciudad.

Mientras el interior del auto estaba en completo silencio y únicamente se podían escuchar las gotas que caían sobre las ventanas, Theodore frunció el ceño pensativo y se acarició la barbilla.

El coche se acercó a una curva, mientras retumbaba un trueno e iluminaba el rostro del hombre que iba dentro del Mercedes Benz. De pronto, él puso dos dedos sobre su sien para sentir una leve palpitación y, sin previo aviso, ordenó, "Emmett, date la vuelta para regresar".

Parada bajo la lluvia, Everleigh revisaba sus correos electrónicos en el celular. De pronto, volteó a ver la larga fila de personas que esperaban subir al autobús y suspiró. Luego, sacó un pañuelo de su bolso y secó el agua que escurría por su rostro, deslizándose por su cuello.

La chica sentía la ropa mojada pegándose a su cuerpo y pensó que seguramente se resfriaría.

Estaba temblando de pies a cabeza, tratando de taparse con un ridículo pedazo de bolsa, el cual había estado utilizando como paraguas. De repente, un elegante auto negro se detuvo frente a ella.

Everleigh lo miró confundida, mientras el vidrio de una de las ventanas bajaba para revelar un rostro muy familiar.

Entonces Theodore la miró con frialdad y dijo secamente: "Súbete". Aunque la mujer se sorprendió, no podía resistir la tentación de aprovechar la oferta.

Era un excelente refugio que la protegería de la feroz tormenta. Quizás el tono de Theodore había sido muy contundente o quizás ella era demasiado comodina, así que subió al coche sin que se lo pidiera dos veces.

Chorreando agua por todos lados, se sentó junto a su exmarido, en el asiento trasero del auto. Entonces, este preguntó: "¿Adónde vas?".

"¿Mmm?", musitó ella dándose cuenta de que tenía un problema.

Como los gemelos estaban en casa, sería muy arriesgado que él la llevara hasta allá, porque podría verlos.

"No te molestes. Vivo bastante lejos, creo que será mejor que me baje. Regresaré por mi cuenta", dijo ella aferrándose a la manija de la puerta para abrirla.

Sin embargo, el auto se cerraba automáticamente cuando la gente subía, así que sería imposible abrir, si el chofer no quitaba el seguro. "La puerta está...", empezó a decir ella.

Pero antes de que pudiera terminar, el hombre ordenó, "Emmett, llévanos a mi residencia".

De manera que se dirigieron a la mansión Godfrey, que era la casa de Theodore.

Después, él se recargó tranquilamente en la ventana del auto y la miró por el rabillo del ojo. "A mí no me importa llevarte a casa conmigo".

"Gracias", respodió ella.

Theodore subió las escaleras y la dejó sola en la sala, por lo que se sentó en el sofá, sin saber qué hacer.

Entonces, sacó su celular para checar sus mensajes, cuando de pronto, entró la criada y le dijo: "Señorita Treviño, póngase esta ropa seca, porque si no, podría agarrar un resfriado.

"No gracias, así estoy bien. Me iré en cuanto deje de llover".

"No creo que pare pronto. Si se cambia, yo podría poner a secar su ropa mientras espera a que escampe. Se enfermará si se deja la ropa mojada encima".

Everleigh miró la lluvia fuera de la ventana y se dio cuenta de que la muchacha tenía razón.

Además del tema de la enfermedad, se sentía muy incómoda con la ropa empapada. Al final, Everleigh tomó la ropa y decidió subir las escaleras para cambiarse en una de las habitaciones.

La criada dijo que podía usar la recámara que estaba en el segundo piso. Sin embargo, no aclaró en cuál de las puertas debía entrar. Como ella supuso que no tenía importancia, tocó en una de ellas, pero nadie respondió. Por lo tanto, abrió y se metió.

El dormitorio era enorme y tenía una decoración minimalista. Más que una habitación para dormir, parecía la sala de un museo. Aparentemente, nadie se quedaba allí, pues no había objetos personales que indicaran que alguien la estuviera habitando. Las sábanas eran blancas, impecables, como las que ponen en los hoteles.

Cuando Everleigh empezó a desabrocharse la blusa para cambiarse, repetinamente se abrió la puerta de un golpe.

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