Siguieron avanzado por la avenida, hasta que entraron en el estacionamiento de un restaurante que encontraron por el camino.
Como la hora del almuerzo ya había pasado hacía un par de horas, eran casi los únicos que estaban el establecimiento. Everleigh y Theodore se quedaron parados esperando a que la mesera les indicara dónde sentarse. Mientras tanto, los niños corrieron por el largo pasillo deslizándose de ida y vuelta, emocionados porque iban a comer fuera de casa.
La gerente del lugar les dio una cálida bienvenida. "Señor, ¿le gustaría una mesa cerca del área de juegos para niños? Allí se sentirán muy bien usted y su esposa, porque estarán cerca de los pequeños".
Everleigh se tensó cuando escuchó que la mujer creía que estaban casados, por lo que trató de explicar apresuradamente: "No somos...".
"Sí, indíquenos por dónde, si es tan amable", dijo Theodore con indiferencia. Sin embargo, Everleigh pensó que la interrumpió deliberadamente.
A continuación, ambos siguieron a la mujer, quien los llevó hasta una mesa que estaba junto a un gran ventanal que daba a un precioso jardín, en donde había toboganes, columpios y resbaladillas. Era un área de juegos con una colorida decoración que atraía las miradas de la gente.
Adrienne se sentó junto a Theodore, al tiempo que recargaba su regordeta carita en el brazo del hombre para asomarse al menú que él estaba leyendo. "Papi, yo quiero alitas de pollo fritas y muchas papas".
"¡No!", intervino su mamá inmediatamente. Pero cuando se volvió a mirarla se dio cuenta de que Theodore estaba frunciendo el ceño. Entonces ella bajó la voz: "Comiste muchas golosinas esta semana, hoy vas a pedir alimentos nutritivos".
Como buena profesional de la salud, no estaba dispuesta a permitir que los gemelos comieran tanta chatarra.
Sin poner mucha atención a lo que decía Everleigh, Adrienne giró la cara hacia Theodore y susurró: "Quiero un helado".
"Solo puedes tomar un helado al día", dijo la madre, con tono severo.
"Pero hoy no he comido ninguno, anda, ¡di que sí!".
"¡Ayer comiste dos!", replicó la mujer.
Entonces Adrienne se volvió hacia Alastair enojada y soltó: "¡Por qué me traicionaste!".
Pero el niño levantó la vista del menú con tranquilidad y respondió con voz suave: "¿Yo? ¡No lo hice!".
"Entonces, ¿cómo supo mami que me comí tu helado?". Ya que lo había dicho, la niña se tapó la boca con ambas manos y abrió unos ojos enormes. Luego sonrió y parpadeó con nerviosismo.
"¿Te comiste también el de tu hermano? ¡Entonces fueron tres! No comerás ninguno hoy, ni tampoco mañana", dijo Everleigh con expresión severa.
Adrienne se había delatado sola. Ahora tenía que aguantar el castigo, por lo que puso un puchero y se quedó completamente en silencio.
“¡Papi, eres el mejor del mundo! ¡Te amo!”, gritó y le plantó un beso en la mejilla.
Everleigh los veía pasmada. Ni siquiera se dio cuenta que Theodore había ordenado todo eso.
Ella se quedó observando la escena un poco confundida, pues no sabía si sentirse feliz o no al darse cuenta de que la niña estaba feliz abrazándolo y seguía diciéndole papá.
Los ojos del hombre brillaban de alegría contagiado por el entusiasmo de la pequeña. Pero cuando vio la manera en que Everleigh lo estaba mirando, su sonrisa se desvaneció. Entonces dijo con indiferencia: "No afectará su salud comer esto de vez en cuando".
A lo que ella respondió torpemente: "Está bien, no intentaré detenerte. Pero no es bueno para ellos comer tanta comida chatarra".
"¿De verdad? Recuerdo que a ti te encantaba".
Esa respuesta no le gustó nada a la mujer, por lo que se puso rígida y sintió que sus sienes comenzaban a palpitar.
Sin embargo, él se mantuvo imperturbable, así que empujó la otra taza de helado hacia Alastair, como si nada hubiera pasado.
Lo que no esperaba nadie era la reacción del niño, quien miró a Theodore con indiferencia. "No me gusta el helado", dijo con tono desafiante.

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