La mano de Blair fue instintivamente a retener aquella sangre, pero no era nada extraño, la doctora ya le había avisado que podía convertirse en algo frecuente dada su enfermedad. Simplemente no podía decírselo a Nate.
Algo dentro de ella se estremeció por verlo tan preocupado, pero sabía que no podía dejar que la revisaran más allá de los efectos del accidente, y que no podía contarle lo que le estaba pasando, porque entonces todo el embarazo, todo el contrato, toda la protección para su hija desaparecería.
El médico entró corriendo y Nate lo increpó asustado.
—¡¿Qué es lo que le pasa?! ¡¿Por qué le está sangrando la nariz?! ¡¿No la revisaron cuando llegó?! ¡¿No la atendieron…?!
—Señor Vanderwood, por favor cálmese, revisamos muy bien a la señora Sagal, créame, y no encontramos nada que indicara un sangrado así. Pero vamos a volver a...
—Tranquilícense los dos, esto no es por el accidente —les dijo Blair, deteniendo el pánico—. A veces solo me sangra la nariz, mi doctora dice que tengo vasos sanguíneos frágiles ahí, pero no es nada serio.
El médico la hizo reposar la cabeza y alumbró con su pequeña linterna dentro de la nariz de la muchacha mientras asentía con un gesto más tranquilo.
—Sí, a veces sucede, hay personas que tienen diminutas malformaciones que hacen que los vasos sanguíneos de la nariz sean más frágiles y puede sangrar a menudo.
—Eso —suspiró ella—. No es nada serio, una hasta se acostumbra —bromeó, y el médico después de hacerle otro chequeo rápido concordó en que no era nada importante y los dejó descansar.
—Esto no me gusta —siseó Nate inconforme—. Mañana vamos a...
—Estuve pensando en lo que dijiste —lo interrumpió Blair buscando otro tema de conversación para distraerlo—. Lo que me dijiste de ponerle tu apellido a Nathalie, de adoptarla ahora.
Nate despegó los labios mientras contenía el aliento inconscientemente y esperó.
—¿Ya...? ¿Ya decidiste?
Ella sintió mientras alcanzaba su mano, y entrelazó los dedos con los suyos con fuerza.
—Creo que estaría bien —murmuró Blair—. Pero tengo una condición.
—Bueno, los dos sabemos que yo no me quejo con tus condiciones.
—Quiero que vayas... Quiero que tengas un buen terapeuta —le pidió Blair—. No solo por ti sino por los niños también.
Él apretó los labios porque entendía a lo que se refería. Sus hijos no tenían por qué cargar con el peso de su pasado, ese era solo suyo y tenía que aprender a lidiar con él, con su resentimiento, con su culpa y con todas aquellas malas emociones que le despertaba si era que quería seguir adelante y criar a sus hijos en una familia que les diera solo amor y protección.
—Está bien. Tienes razón. Pero haremos todo eso cuando regresemos a Nueva York. ¡Por Dios, ya no veo la hora de regresar!
—Yo tampoco —intentó sonreír ella y Nate le acarició el cabello despacio, viendo cómo la muchacha se iba quedando dormida poco a poco.
El resto de la noche y la mañana siguiente fueron difíciles para él. El dolor de cuando en cuando se hacía insoportable, pero no quería tomar demasiados analgésicos. Finalmente respiró aliviado cuando el doctor les dio el alta a Blair y a Nathalie, y por más que protestaron, las envió a casa con Ranger mientras Matt venía a quedarse con él.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó su hermano, sentándose a su lado.
—Como si me hubiera arrastrado un río crecido dentro de un auto —intentó bromear Nate, pero Matthew se veía contrariado y triste, como si la posibilidad tan palpable de perderlo lo hubiera hecho pensar en demasiadas cosas.
Su padre tenía razón, hacía años, demasiados ya, en los que venían mirándose de reojo y callando, sabiendo que aquel secreto estaba destruyendo todo el cariño que se tenían, y que los había distanciado a un punto de verse un par de veces al año en las fiestas familiares y nada más.
—¡Lo siento! —exclamó de repente Matt y Nate lo miró a los ojos sorprendidos, viendo que los tenía llenos de lágrimas—. ¡Lo siento por todo, Nate, te juro que yo no sabía...! ¡Maldición, ni siquiera estaba en mis cinco sentidos! ¡Estaba tan borracho que ni siquiera sabía con quién estaba! ¡Te lo juro! ¡Pero si yo hubiera sabido...! —Matt apretaba los puños desesperadamente sobre aquellas sábanas, con una impotencia que los años no habían logrado disolver—. ¡Si yo hubiera sabido que era ella, jamás...! ¡Jamás habría arruinado así tu vida! ¡Jamás te habría lastimado...!
Comentarios
Los comentarios de los lectores sobre la novela: BEBÉ POR ENCARGO