No había palabras para describir la frustración que Nate Vanderwood estaba sintiendo en aquel momento; la impotencia que sentía cuando su madre, después de disparar sin misericordia a la mujer que estaba embarazada de su hijo, se atrevía a retarlo a que lo probara.
—Exacto, siempre va a ser mi palabra contra la tuya —sentenció Adaline convencida de que no podrían hacer nada contra ella.
El único con poder suficiente, con conexiones suficientes para hundirla era Rufus y ahora él estaba muerto. Sus hijos eran chicos de paz, CEOs y gerentes, dueños, niños ricos que no sabían cómo lastimar realmente, y cuando se hiciera con toda la fortuna de Rufus Vanderwood, no les quedaría más remedio que volver a comer de su mano.
—No sé qué te está pasando por la cabeza, de verdad que no —gruñó Nate—. Pero te aseguro que esto no se va a quedar así.
Los labios de su madre se convirtieron en una línea fina y se notaba que estaba haciendo un esfuerzo para no sonreír de satisfacción.
Finalmente se alejaron todos de ella para permitir que el funeral continuara sin mayores percances, y luego salió la procesión hacia el panteón que la familia tenía en el cementerio local.
El ataúd fue dejado en reposo y todos los amigos de la familia se despidieron mientras los Vanderwood regresaban a la casa para la lectura del testamento.
—¡Matt! —Sienna se acercó a él nerviosa antes de que se subieran a la camioneta para marcharse, porque cada vez que Adaline dirigía una mirada en su dirección, parecía que estaba a punto de asfixiarla por telepatía—. Matt ¿cómo se te ocurrió decirle a tu madre que yo les había advertido? —murmuró y él la miró a los ojos con severidad—. ¿Tienes idea de lo que puede hacerme?
La mirada de Matt se suavizó en un segundo y después de mirar hacia el auto de su madre pasó un brazo sobre los hombros de Sienna.
—Entonces ven con nosotros. No tengo idea de qué va a pasar pero no puedo dejar a nadie más a merced de esa mujer —gruñó él y la subió a su propio coche con un gesto protector.
No tardaron más de media hora en volver a la hacienda, y los abogados de su padre llegaron justo detrás de ellos. Para ese momento ya Sienna había llorado lo justo y Matt la había consolado, y Nate estaba aún más furioso que nunca.
—¡Quiero que te largues! ¡Quiero que te vayas, tú ya no tienes nada que hacer aquí! —gruñó Nate pero Adaline pasó junto a él sin siquiera prestarle atención mientras se iba a saludar al abogado.
El señor Bolton había sido abogado de Rufus desde que los dos eran jóvenes y a Adaline no le sorprendió para nada cuando el licenciado confirmó que, en efecto, ella también tenía derecho a estar en la lectura del testamento por disposición del señor Vanderwood.
Todos se dirigieron a la biblioteca y tomaron asiento alrededor del escritorio principal, mientras los asistentes del abogado preparaban las copias que debían firmarse.
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