Aquella discusión entre Matt y Nate por culpa de Sienna definitivamente duró más de cinco minutos y terminó por desesperar incluso al abogado.
—¡Bueno ya! —gruñó Adaline separándolos—. ¡Hace seis años peleaban por la zorra esa y ahora pelean por exactamente lo mismo! ¡Ya los dos se la follaron, ahora siéntense de una vez y…
—¡Pues qué curioso! —replicó Nate mirándola con asco—. Hasta hace unos meses la defendías a capa y espada, y ahora resulta que la zorra es ella. ¿Por qué? ¿Solo porque te delató como la asesina que eres?
Entre los abogados se extendieron los murmullos y Adaline apretó los dientes.
—¡Basta, Nate! ¡No voy a permitir que me ofendas, y más vale que empieces a comportarte, porque esta fue la casa de tu padre, pero será mi casa ahora! —lo retó y el señor Bolton en persona tuvo que intervenir para que no sonaran las dos bofetadas que aquella mujer estaba aguantándose contra sus hijos.
—¡Por favor vamos a calmarnos todos! Será mejor si nos sentamos y damos inicio a la lectura del testamento —sentenció porque total, igual iban a ponerse a gritar después.
Adaline le dedicó una mirada de frustración a Nate y todos rumiaron por lo bajo su incomodidad antes de sentarse frente al abogado.
Este carraspeó molesto pero comenzó con aquella lectura.
—Muy bien, estamos aquí reunidos para compartir con ustedes la última voluntad del señor Rufus Vanderwood —dijo el abogado paseando la vista entre su audiencia—. “Yo, Rufus Nathaniel Vanderwood, en pleno uso de mis facultades mentales, dispongo de mi fortuna de la siguiente manera.
“Que mis hijos: Nathaniel, Matthew, Elijah, Asher y Sebastian Vanderwood, conservarán cada uno el cinco por ciento de las acciones de la compañía Vanderwood, y siempre deberá estar uno de ellos a cargo de la dirección general.
Ninguno de sus hijos dijo ni una sola palabra, pero en el rostro de Adaline se dibujó una sonrisa satisfecha porque sabía que el resto de aquella compañía no podía pasar a nadie más que a ella.
—“El resto de mis posesiones, cuentas de banco, propiedades muebles e inmuebles, joyas de alto valor adquiridas bajo mi nombre, así como el ochenta por ciento de la compañía Vanderwood, será transferido íntegramente… —Adaline se relamió esperando aquella sentencia, y ciertamente se llevó la misma sorpresa de todos—… al primer nieto nacido de cualquiera de mis hijos, que será mi heredero universal y cuya fortuna será administrada íntegramente por su madre hasta el cumplimiento de sus dieciocho años”.
El silencio en aquella sala fue tan grande que parecía que no volaba ni una sola mosca. Los hombres no se atrevían a hablar y Adaline se iba poniendo roja con cada segundo que pasaba, como si estuviera a punto de explotar.
—¡¿Qué demonios es eso?! ¡¿De qué está hablando?! —rugió golpeando el escritorio con los puños—. ¡Eso no puede ser! ¡Yo he visto el testamento de mi esposo antes y este no es! ¡Yo soy su heredera! ¡Ese testamento es falso!
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