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La llamada entró en cuestión de segundos, pero no la contestó. Hace un momento Vivianita había dicho que ya había entrado al garaje del conjunto, así que, en teoría, a estas alturas ya debería estar en el ascensor.
El teléfono sonó por un rato y se cortó de forma automática.
Algo no estaba bien...
Rosa tomó las llaves del coche y salió disparada. En el camino, buscó apresada el número de David. Aquella vez en la fonda, sin ninguna vergüenza, le había pedido su contacto.
Él también vivía en ese conjunto; así que podía pedirle que bajara a echar un vistazo.
Marcó el número, y después de diez segundos de pronto alguien contestó. Al otro lado se escuchó una voz grave, clara y suave, tan agradable al oído que resultaba bastante reconfortante: —¿Aló?
Rosa no tenía tiempo para suspirar ni para ningún tipo de formalidades; enseguida fue directo al grano: —Señor David, ¿podría contactar a la administración por mí? Vivianita entró al conjunto hace unos minutos, estaba hablando conmigo y de repente la llamada se cortó. Ahora no contesta.
—Bien, iré a preguntar de inmediato.
Antes de que Rosa pudiera agradecerle, David ya había colgado.
En ese momento, él se encontraba conversando en casa de los Medina, sentado junto a sus padres. Sobre la mesa había una tablet repleta de fotos de chicas.
Colgó la llamada, se levantó y les dijo a sus padres con cortesía: —Tengo un asunto pendiente que atender, me retiro. Lo que ustedes dijeron me parece bien, cuando lo tengan todo organizado me avisan.
Y con eso, salió a toda prisa.
Arturo y Adriana Pérez se miraron entre sí.
Cuando David ya se había ido, Adriana comentó por casualidad: —Me pareció que era la voz de una chica.
—No te emociones tanto solo porque escuchaste la voz de una mujer. ¿Con esa cara que tenía, tan frío, tú crees que le gustan las chicas?
—Tal vez, si se frecuentan lo suficiente, surge algo.
—¿Y no eras tú la que decía que le gustaba Sofía? ¿Y qué pasó con eso? Le organizaste ese viaje a Singapur para darles una oportunidad, y ahora Sofía siempre viene llorando a contarme historias.
—David... ¿y si de verdad le gustan los hombres? —murmuró Adriana, al borde del llanto: —¿Sabes qué? Esta vez que fui a casa de mis padres, me encontré justo con el hijo de la familia Martínez. Me dijo que David siempre quería pasar tiempo con él. ¡El invierno pasado estuvieron diez días completos juntos en Suiza!
Arturo no entendía la insinuación: —¿Y eso qué tiene de malo?
Adriana se sonrojó un poco, parecía demasiado avergonzada para decirlo: —Ese... Ese chico... él... A ese chico le gustan los hombres. Dicen que le fascinan los chicos guapos y atléticos.
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