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Viviana esperó a que ella terminara de hablar.
Ella observó hacia abajo con una mirada clara y sombría: —Ah… pero ¿dónde está tu nobleza? ¿Acaso posees un cerebro de cerdo que ni siquiera puede jugar damas correctamente? ¿O valoras las sobras que yo ya he desechado como si fueran grandes tesoros? ¿O quizás te regodeas con los trabajos que yo he prácticamente rechazado?
—Devolviéndonos a los hombres y mujeres de este círculo... ¿quién te dijo que eras parte de nosotros?
—Pasas los días sin hacer nada útil, solo sabes involucrarte en amoríos desordenados como una víbora. No quiero ser parte de ese círculo asqueroso y repugnante de animales. Si a ti y a Cipriano les gusta eso, quédense encerrados ahí.
Ella habla con un tono suave, pero sus palabras eran profundamente hirientes.
Susana, incapaz de contenerse, se enojó muchísimo.
Su joven y atractiva cara se contorsionó como el de un demonio a punto de estallar.
Viviana apenas había comenzado a hablar cuando Susana comenzó a gritar enloquecida: —¡Cierra la boca perra! ¡Si no tenlo por seguro que te voy a matar con mis propias manos!
Finalmente, saltó enfurecida de la silla, corrió hacia Viviana y trató de golpearla.
Viviana se mantuvo firme y, justo cuando Susana estaba por alcanzarla, lanzó con fuerza los documentos que tenía en la mano a su cara, golpeándola tan fuerte que Susana tropezó en ese instante y sangró por la nariz.
—Transacción exitosa, te deseo que pronto destruyas al Grupo Horizonte.
Dicho esto, se dio la vuelta y se marchó.
—Viviana, perra no te voy a perdonar, ¡ahhhhhh!
Susana se cubrió adolorida la nariz y gritó locamente, como si pudiera voltear el edificio entero.
Nadie del departamento se atrevió en ese momento a acercarse.
Viviana salió de la oficina y caminó un tramo antes de que los demás se acercaran cuidadosamente, todos mostrando preocupación y simpatía por ella.
La jefa del tercer grupo, Amelia, soportando la terrible presión, entró precipitada en la oficina y recogió las cosas de Viviana, sacándolas del bote de basura, limpiándolas cuidadosamente y colocándolas en una pequeña caja: —Gerente Viviana, déjeme ayudarle a llevar esto abajo.
Mirándola, Viviana sintió un calor impresionante en su corazón, sus ojos se humedecieron un poco.
Aunque este era el momento más oscuro de su vida, no estaba completamente desprovista de luz.
—Pues claro.
Viviana sonrió en respuesta.
Los del departamento la acompañaron hasta el ascensor, y Amelia ayudó a llevar sus cosas hasta abajo.
Antes de irse, Viviana le dijo a Amelia: —Diles a todos que hagan bien su trabajo y no confronten a la señorita Susana. Sería mejor que ella se aburriera y solita se fuera por su cuenta. Además, si hay algún problema con el proyecto en sus manos, infórmenle de inmediato a Cipriano, no esperen a que ella empiece a echarles la culpa a ustedes. No pueden asumir la responsabilidad de un proyecto de cientos de millones de dólares. Cipriano sabrá que es su culpa y, creo, encontrará la manera de resolverlo.
Amelia contestó respetuosa: —Así lo haré.
Viviana la abrazó con nostalgia: —Mantengamos el contacto.
Cuando Viviana se alejó en su auto del Grupo Horizonte, comenzó a llover, y las gotas caían haciendo que la gente se sintiera inexplicablemente triste.
Solo quedaban diez días.
Ya faltaba poco.
...
Susana subió a quejarse después de que Viviana se fue.
En ese preciso momento su hermano Yago también estaba, y al ver la nariz roja e hinchada de Susana, se mostró confundido: —¿Cómo te hiciste eso?
Susana se sentó entre ellos llorando desconsolada: —Le preparé café con buena intención y le cedí mi silla, pero desde que entró comenzó a insultarme, diciéndome desvergonzada, y también insultó a Cipriano... Todos son unos animales apestosos.
—Quería consultarle sobre el trabajo, pero no me atreví a replicarle. No contenta con insultarme de la peor manera, comenzó a golpearme, lanzándome los documentos que debía entregarle en la cara y golpeándome hasta tirarme al suelo.
...
Cipriano escuchó atento con un semblante sombrío y no dijo nada.
Yago no podía creer lo que escuchaba, y en ese momento se encontró muy enojado: —¿Está loca esta mujer? ¡Eso es demasiado! Cipriano, ¿cómo vamos a resolver esto?
Cipriano respondió: —Voy a hacer que le pida disculpas a Susanita, últimamente está un poco alterada.
¿Eso es todo?
Susana, esperando que él la defendiera y llamara a Viviana para un enfrentamiento, esto la enfureció aún más: —¡No necesito tus disculpas por ella! ¡Quiero que ella venga a disculparse conmigo personalmente! ¡Y quiero devolverle los golpes!
De repente los ojos de Cipriano, se tornaron glaciales y, dijo: —Eso no va a ser posible.
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