Resumo de Capítulo 122 – Uma virada em Borracho y Atrevido: ¡Besé a un Magnate! de Internet
Capítulo 122 mergulha o leitor em uma jornada emocional dentro do universo de Borracho y Atrevido: ¡Besé a un Magnate!, escrito por Internet. Com traços marcantes da literatura Arrepentimiento, este capítulo oferece um equilíbrio entre sentimento, tensão e revelações. Ideal para quem busca profundidade narrativa e conexões humanas reais.
—Eres vulgar. —dijo Viviana.
Susana la miró fijamente. A pesar de que su rostro estaba cubierto de sangre, hinchado y en un estado bastante lamentable, Viviana seguía viéndose hermosa y orgullosa. Eso solo avivó la furia de Susana, quien volvió a propinarle una brutal golpiza.
Desde afuera se escuchó la voz aterradora de un hombre: —Está ganando tiempo. Si vas a hacerlo, hazlo ya.
Susana entonces reaccionó.
Se enderezó de inmediato: —¿Estás tratando de ganar tiempo, Viviana? Ja, ja, ja… ¿Esperas que alguien venga a salvarte?
—No sueñes. Esta noche nadie vendrá por ti. Nadie sospechará que estás aquí. Para cuando te encuentren, ya estarás muerta. Te habrás "suicidado". Hasta la carta de despedida ya está lista.
—Ahora mismo te envío al otro mundo.
Retrocedió unos pasos, sacó el encendedor y volvió a encenderlo.
Disfrutó de forma demoníaca contemplando la desesperación y el miedo en el rostro de Viviana, y lanzó el encendedor hacia arriba.
En el mismo instante en que la llama se encendió, el instinto de supervivencia permitió que Viviana espabilara y rompiera el letargo provocado por la droga e intentara escapar.
Pero apenas logró rodar del sofá al suelo.
Vio descender la llama, y en un acto desesperado, cerró los ojos con fuerza.
Susana, eufórica, esperaba ansiosa ver a las llamas devorar a Viviana. Su rostro desbordaba un frenesí enfermizo.
En el momento más crítico...
El encendedor, a menos de cinco centímetros del suelo, fue atrapado por una mano.
La escena que todos esperaban que ocurriera no sucedió.
El encendedor, que debía haber golpeado el piso, no hizo ruido alguno. Tampoco encendió la gasolina. En su lugar, apareció una silueta oscura.
—¿¡Quién eres!?
Al darse cuenta de que alguien había llegado a salvar a Viviana y que su plan iba a fracasar, Susana se abalanzó furiosa sin pensarlo sobre ella. Tomó un cuchillo de la mesa y se lanzó enloquecida contra Viviana, que estaba tirada junto al sofá.
Viviana apenas alcanzó a ver dos sombras que se lanzaban sobre ella al mismo tiempo.
Pero el agudo dolor que esperaba no llegó.
El olor a sangre se hizo presente en el aire, opacando de esa manera incluso el de la gasolina.
—¡Ahhh!
Un grito desgarrador de mujer y el sonido seco de un cuerpo cayendo de forma violenta al suelo retumbaron en toda la sala.
Viviana no entendía lo que estaba pasando. La sombra alta que la cubría se dejó caer parcialmente sobre ella. Su nariz rozó la tela de la camisa del hombre. Ese aroma familiar de repente le hizo temblar el corazón: —¿Jefe David...?
David, conteniendo el dolor, murmuró con dulzura: —Suelta la mano.
Entonces en ese momento Viviana se dio cuenta de que sus dedos se aferraban a su ropa, con la palma apoyada directamente sobre sus abdominales a través de la tela...
Avergonzada lo soltó.
La oscuridad, junto con su rostro hinchado, ayudó a disimular un poco su incomodidad.
David se incorporó y le quitó las ataduras. Luego, sujetándose el costado donde había recibido la puñalada, fue hacia Susana, la redujo y de inmediato la ató.
Al poco rato, llegó Cipriano.
También llegaron la policía y Rosa.
Gasolina por toda la casa, Viviana tendida en el sofá llena de heridas, David herido por una puñalada, y Susana aullando como una desquiciada... Todos se quedaron estupefactos ante la cruel escena.
Viviana relató en detalle todo lo sucedido.
David entregó el encendedor a la policía y también explicó en detalle lo que había presenciado al llegar.
La vez anterior había contratado a un sicario; esta vez, había incurrido en intento de asesinato.
Viviana, aparte de haber sido drogada, solo presentaba grandes hematomas superficiales.
David, en cambio, había recibido una horrible puñalada en la espalda baja. Aunque no comprometió ningún órgano vital, la herida era profunda. Le dieron varios puntos de sutura, le colocaron con sumo cuidado un vendaje y debía guardar reposo por algunos días, con cambios regulares de apósito.
Viviana se sentía muy agradecida con él, pero también bastante culpable.
Ya era entrada la noche.
Ambos estaban internados en habitaciones distintas del hospital.
En la de Viviana, Cipriano se sentó al borde de su cama, mientras Rosa dormía algo incómoda en un sofá del pasillo.
Desde que habían llegado al hospital, Cipriano casi no había dicho palabra. Parecía que aquel león iracundo de siempre se había convertido en un hombre sombrío y apesadumbrado.
Viviana tampoco tenía nada que decirle.
Ni ganas de gritarle, ni fuerzas para odiarlo. Todos sus sentimientos se habían desvanecido de repente, se habían vuelto demasiado livianos.
—Vete a casa. Rosita puede quedarse conmigo. —Dijo por fin. Era la primera vez que le hablaba esa noche.
Su tono era bastante sereno, casi como si hablara con un desconocido.
Cipriano avergonzado bajó la mirada. Su voz era ronca: —Prefiero quedarme. No tengo nada que hacer en casa. Alguien debe vigilar el suero.
Viviana lo miró por unos segundos, pero no respondió.
Cerró los ojos.
Cipriano levantó la vista. La tenue luz de la lámpara sobre la cabecera bañaba el rostro de Viviana. Y así se quedó, mirándola ensimismado. Toda la noche.
En cierto momento, recostó cuidadoso su cabeza junto al cuello de ella. Y sus lágrimas comenzaron a caer, empapándole el cabello.
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