Tarah O'Kelly
El beso había dejado una marca ardiente en mi piel y una sensación de confusión en mi mente. Alexis se alejó, dejándome sin palabras, y no pude evitar mirarlo con asombro.
Su mirada estaba llena de intensidad, y su aliento agitado era evidencia de que el beso nos había afectado a ambos.
—Eso no cambia nada, Alexis. Esto sigue siendo mi juego. Y, por cierto, vas a jugar como yo quiera que lo hagas —respondí, tratando de recuperar mi compostura.
Alexis frunció el ceño, como si hubiera esperado una reacción diferente de mí. Antes de que pudiera decir algo más, la puerta se abrió y Jonathan, mi abogado, entró en la oficina.
—¿Está todo en orden, señorita O'Kelly? —preguntó, ignorando la tensión en la habitación.
Asentí, y Alexis también confirmó con un gesto de cabeza. Jonathan procedió a dejar los documentos del contrato prematrimonial y asegurarse de que todo estuviera en orden. Parecía estar acostumbrado a lidiar con situaciones incómodas.
Cuando finalizó su tarea, Jonathan me miró con preocupación y me susurró al oído, mientras Alexis me miraba como un Halcón.
—Recuerda, Tarah, esto es serio. Has tomado una decisión importante, y las consecuencias podrían ser significativas. Asegúrate de saber en qué te estás metiendo.
Le di una mirada desafiante y asentí.
—Lo sé, Jonathan. He pensado en esto detenidamente, y estoy dispuesta a seguir adelante. No voy a retroceder.
Jonathan pareció resignado y se retiró de la oficina. Ahora estábamos solos, Alexis y yo, y la tensión en el aire era palpable. Se acercó a mí como un felino, queriendo acorralar a su fiera, mientras dibujaba en su rostro una expresión divertida, como si estuviera agradado con lo que estaba pasando.
Fruncí el ceño porque algo no cuadraba. Por un momento tuve la sensación de que él era el depredador y yo la presa. Se apartó y lo vi tomar la carpeta, ni siquiera la ojeó, la firmó, y la extendió hacia mí. No podía creer que lo hubiese hecho sin leer ¿Qué carajos pasaba? ¿Por qué de pronto sentía que todo esto se estaba volviendo en mi contra?
—No te equivoques, Tarah. No te subestimo, pero tampoco lo hagas conmigo, no te dejaré ganar fácilmente, tú tienes tus estrategias y yo tengo las mías. Este juego está lejos de haber terminado —dijo Alexis en un tono grave.
Lo miré con determinación.
—No subestimes mis intenciones, Alexis. Esta venganza es personal para mí, y no retrocederé. Tú y yo seguimos siendo adversarios en esta farsa de matrimonio, y sé que ninguno de los dos se dará por vencido.
Alexis asintió con seriedad, yo sabía que esta farsa de matrimonio no sería tan simple como había planeado. Habíamos cruzado una línea peligrosa con ese beso, y ambos sabíamos que nuestra atracción era un factor que complicaría aún más las cosas, pensé mientras lo veía marcharse y la ansiedad empezaba a hacer mellas en mí ¿Me estaría equivocando? Y enseguida me respondí.
—No, Tarah O'Kelly no lo estás haciendo, tienes que doblegar a ese arrogante griego —expresé en voz alta y con determinación.
Alexis Kontos
Salí de allí perturbado, ese beso había desatado un sinfín de emociones a las que no quería darle nombre y que nunca había experimentado… ¡Qué diablos fue eso! Me pregunté por completo desconcertado, porque debí hacer un gran esfuerzo para luchar contra el ardiente deseo que fluyó dentro de mi, y para no caer en la tentación de hacerla mía allí mismo.
Para no seguir pensando en lo ocurrido, pasé por la guardería de la empresa CanaAeroTech, y ver a mi hijo, estaba sentado armando un rompecabezas de cubos cuando un niño más grande, se le acercó a ayudarlo, y él extendió su mano para detenerlo.
—No… el niño juega solo —le dijo molesto.
—Pero Paul, debes ser un niño amable, y jugar con los demás, tienes compartir los juguetes con los otros niños —intentó persuadirlo una cuidadora.
Pensó que lo había convencido, pero no fue así, se levantó con un gesto de molestia y comenzó a caminar al otro extremo del salón, pero allí me vio y sus ojos se abrieron de par en par corriendo hacia mí.
Lo levanté y lo estreché entre mis brazos.
—Hola, campeón —le susurré con voz quebrada, porque era inevitable que mi corazón se encogiera en mi pecho cuando recordaba que me habia perdido sus primeros momentos por mi culpa.
Lo acuné en mis brazos mientras olía su fragante aroma a bebé, ese olor tenía la capacidad de relajarme, y sentir que estaba haciendo lo correcto al ver tomado la decisión de estar con madre.
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